viernes, 14 de octubre de 2016

EL BARÓN DE BATZ, RETRATO DE UN CONSPIRADOR



Todos sabemos que, desgraciadamente,  ahora está muy de moda, al menos, en España, el tema de la corrupción. Hoy voy a tratar sobre la vida de un hombre que utilizó la corrupción, no para beneficiarse él mismo, sino para que lo hicieran los demás. Ya veréis qué historia más curiosa.
Seguro que más de uno habrá leído o visto las famosas películas de Pimpinela
Escarlata, cuya autora fue la baronesa húngara Emma Orczy. Evidentemente, ese es un personaje de ficción. Sin embargo, nuestro personaje de hoy fue absolutamente real. Algunos dicen que esa autora se inspiró en su vida para escribir sus novelas de aventuras.
La verdad es que su vida, en parte, me recuerda  la novela El conde de Montecristo. También hay algunos que dicen que inspiró al autor del célebre personaje de El Zorro.
El barón Jean Pierre de Batz nació en 1754 en un pueblecito de la región de las Landas, al suroeste de Francia. Lo que también se llama Gascuña. La misma región donde nació el célebre mosquetero d’Artagnan. Incluso, también se apellidaba Batz.
Sus padres pertenecían a la pequeña nobleza y eran los señores de un pequeño territorio situado en esa zona.
Parece ser que ingresó a los 14 años en el Ejército, pero, en lugar de dedicarse a las armas, como la mayoría de los jóvenes de la época, su formación se encaminó, más bien, hacia el mundo del comercio y los negocios.
No obstante, en 1776, Luis XVI le reconoció el título de barón y le admitió dentro del Regimiento real de Infantería, donde, por lo que se ve, no se le vio mucho el pelo.
Poco a poco, fue ingresando en los cerrados círculos nobiliarios. Entabló amistad con el marqués de Brancas y también administró la fortuna del barón de Breteuil.
Más tarde,  estuvo metido en negocios con el abad de Espagnac y la Compañía de las Indias Orientales. Esta inversión dejó a mucha gente en la ruina.
Sin embargo, él supo salir a tiempo y se hizo con un buen capital, reinvirtiéndolo en la compra de edificios en el centro de París y también creó, junto con un amigo suizo, la Real Compañía de Seguros de Vida.
Con esos nuevos beneficios, compró varios terrenos, en su región de origen y se edificó un castillo.
Incluso, en 1788, poco antes de la apertura del parlamento, llamado en Francia los Estados Generales, fue nombrado diputado por el estamento de la nobleza, representando a los departamentos de Nérac y Albret.
Una vez formada la Asamblea Constituyente, pasó a formar parte de una comisión de liquidación, que se dedicó a  estudiar las deudas que decía tener la Corona y el pago a cada uno de los acreedores. Incluso, llegó a acusar a algunos administradores, como el encargado de las aguas de París, de estafar al tesoro real.
Parece ser que, desde ese puesto, realizó algunos informes, como el de la reforma de la contabilidad nacional,  para intentar solucionar los problemas financieros del Estado. Sin embargo, dejó de hacerlo cuando vio que lo que se buscaba, realmente, era derribar la Monarquía.
Más tarde, fue uno de los consejeros de Luis XVI y se dedicó a organizar una política oculta y paralela, al objeto de defender la institución monárquica.
Parece ser que se dedicó a buscar gente que aportara dinero para financiar la causa monárquica. Él mismo, aportó un buen capital a este fondo. Al abrir, los revolucionarios,  la caja fuerte del rey en las Tullerías, se encontraron algunos documentos, que explicaban sus relaciones con el monarca.
La idea consistía en realizar una política en el exterior distinta a la que hacía el Gobierno. Comprar a los periodistas y escritores para influenciar a la sociedad. Por último, comprar el voto de ciertos parlamentarios para atraerlos a su causa.
El mejor aliado de Batz fue el ministro de Finanzas, por medio del cual realizaba muchos viajes al extranjero, camuflado como misiones de su ministerio.
En 1793, regresó e intentó salvar de la guillotina a Luis XVI. Parece ser que fue un intento bastante torpe. Consistió en reunir un grupo de jóvenes nobles a sus órdenes, los cuales atacaron a la comitiva, donde llevaban a los condenados, en la calle Bonne Nouvelle. Lo cierto es que había mucha gente metida en este intento, pero se echaron para atrás, en el último momento.
Pensaron que la gente del pueblo iba a estar de su parte y gritaron “A mí los que son leales al Rey”. Sin embargo, el miedo había hecho mella en el pueblo y nadie les apoyó.
Así que fracasaron y tuvieron que huir, siendo perseguidos por la Guardia Nacional y sufriendo varias bajas en la refriega.
Se puede decir que, más tarde, fue aprendiendo y utilizó el arma que mejor conocía, el dinero. Así, se dedicó a comprar las voluntades de muchos líderes revolucionarios. Evidentemente, todo lo hacía empleando intermediarios, para que nadie supiera quién estaba detrás de la conjura.
El mayor éxito del barón fue corromper a la mayoría de los líderes revolucionarios y sembrar la cizaña, para que desconfiaran entre sí y se mataran unos a otros.
También consiguió que a muchos cabecillas revolucionarios les acusaran de la quiebra de la Compañía de las Indias Orientales. Algo que costó mucho dinero al Estado.
Incluso, pagó para que guillotinaran a algunos diputados que habían votado a favor de la muerte del rey.
Concretamente, pagó a un viejo soldado para que buscara al marqués le Peletier, que había votado a favor de la condena del monarca, al cual encontró cenando tranquilamente en un restaurante de París y le voló de un tiro la tapa de los sesos.
También se aseguró la caída en desgracia del diputado Hebert y sus seguidores, que le habían hecho la vida imposible a la familia real, durante su encierro en el Temple.
Posteriormente,  convenció a varios diputados para que aprobaran la Ley de Precios Máximos, por la que se fijaban los precios máximos de muchos productos y también se impedía subir o bajar el importe de los salarios.
Dado que los costes de producción llegaron a ser superiores a los precios admitidos, como ocurre siempre en estos casos, el mercado quedó desabastecido y se formó un pujante mercado negro, con unos precios muy superiores a los oficiales.
Las ciudades fracasaron estrepitosamente a la hora de imponer los racionamientos y unos sistemas para premiar las delaciones de la gente que se dedicara al mercado negro.
No obstante, la participación dentro del mercado negro, a más de uno le costó la cabeza. Sin embargo, estas ejecuciones no fueron bien vistas por el pueblo, ya que no los veían como delincuentes.
Lo cierto es que, a causa de esta nefasta política, aprobada por la Convención, muchos franceses pasaron hambre y frío y esto hizo muy impopular a Robespierre.
Realmente, fue un plan diabólico con el que, nuestro personaje,  hundió las finanzas de la República Francesa y que, un poco más tarde, también le costó la cabeza al mismo Robespierre.
Está claro que el barón de Batz actuaba como una especie de topo infiltrado entre las filas de los revolucionarios, precisamente, para acabar con la Revolución.
Posteriormente, mediante un decreto de la Convención, se desbloquearon de golpe los precios y los salarios. El problema es que no dio tiempo a que se reajustaran y eso provocó una gran subida de precios y una caída de la divisa nacional.
Más tarde, en uno de sus intentos para salvar a la reina y sus hijos, logró atraerse a dos carceleros llamados Cortey y Michonis.
Estos eran los jefes de la guardia del Temple y consiguieron que la mayoría de los guardias estuvieran de su parte.
El problema fue que la noche en la que iban a intentar la evasión de la familia real, apareció por allí Simon, el cuidador del futuro Luis XVII, considerado espía de Robespierre,  y, temiendo que los delatara a todos, tuvieron que parar toda la operación.
Realmente, el mayor problema fueron siempre las delaciones. Se sabe que el 14/06/1794, se leyó en el Comité de Salud pública un informe, donde se decía que existía un complot, en el que participaba gente de todos los puntos de Francia. El objetivo del mismo era liberar a María Antonieta, la disolución de la Convención y la restauración de la monarquía. Evidentemente, tras este plan se hallaba nuestro personaje.
A veces, contribuyó a la redacción de informes falsos, donde se culpaba a algunos jacobinos de estar metidos en conspiraciones contra la República. Era una forma de asegurarse que iban a perder, literalmente, la cabeza.
En octubre de 1795, el barón de Batz, fue arrestado por la policía. Sin embargo, logró escapar antes de que lo enviaran a la guillotina. Parece ser que era un tipo muy inteligente y sabía esconderse muy bien de la Policía.
Se cree que también participó en el intento de huida del Temple, por parte de María Antonieta y sus hijos, organizado por el general conde de Jarjayes.
Parece ser que uno de los carceleros, llamado Toulan, se compadece de la reina. Ésta le da un papel, para que se lo lleve a Jarjayes, donde dice que es persona de
su confianza.
Es curioso, porque este hombre fue uno de los primeros en asaltar las Tullerías y lucía, con orgullo,  en su  pecho, la medalla que le dieron por ese heroico acto.
Jarjayes no se fio mucho de esa nota y exigió ver personalmente a la reina en su celda del Temple. Así que sobornaron a unos cuantos carceleros para que le dejaran entrar a hablar con la reina. Incluso, sobornaron al farolero, el cual les dejó sus ropas y así pudo Jarjayes entrar a ver a la reina, sin levantar sospechas.
De esa forma, organizaron un plan por el que María Antonieta y su cuñada, Madame Elisabeth, se vestirían con las ropas de los comisarios, los cuales solían realizar, frecuentemente,  visitas de inspección.
En cuanto a los niños, los vestirían como a los hijos del farolero, los cuales acompañaban a su padre para ver cómo trabajaba en el Temple.
Frente a la cárcel, colocarían tres coches de caballos y en ellos se distribuirían los presos liberados y sus libertadores.
El problema era que el complot se iba aplazando por falta de fondos, porque, en un principio, no habían contactado aún con Batz.
El otro implicado en el complot, el carcelero Lepitre, se empieza a poner nervioso y ahora se niega a participar en el complot.
Además, en la prisión se sabe que hay una presa llamada Tison, que es una espía de la Convención y los vigila muy de cerca.
No sabemos si la Convención sospecharía algo, lo cierto es que se rumorea que van a registrar a fondo todos los coches que entren o salgan de París.
En resumen,  los conjurados piensan que no podrán sacar a toda la familia real, pero creen que sí podrían liberar a la reina. Así que se lo cuentan y ella se niega, rotundamente, porque dice que no quiere ir a ninguna parte sin sus hijos.
Parece ser que, afortunadamente, Jarjayes, pudo escapar. En cambio, Toulan tuvo menos suerte. Fue detenido y ejecutado.
La Historia nos indica que hubo otros intentos, como la llamada Conspiración de los claveles, porque le enviaron un mensaje a la reina dentro de un ramo de estas flores.
Esto se produjo, tras el traslado de María Antonieta a la prisión de la Conciergerie, donde ahora está el Ayuntamiento de París. Allí permaneció encerrada durante dos meses.
Desgraciadamente, esta operación fue descubierta y la Convención tomó mayores medidas de seguridad para que no se les escapara su prisionera.
Parece ser que este intento lo organizó un militar llamado Alessandre Gonsse de Rougeville, el cual fue el modelo en que se inspiró Alejandro Dumas para escribir su novela “El caballero de la mansión roja”. En ella se indica que los conspiradores pensaban sustituir a la reina por otra mujer, para que los revolucionarios no se percataran de que había huido y le diera tiempo para escapar.
Tras varios meses encerrada, se va deteriorando la salud de la reina. No obstante, continúan los intentos de los monárquicos por rescatarla.
Uno de los intentos más curiosos es el llamado Complot de los peluqueros, por el que Batz consigue que los peluqueros de la reina colaboren con él. Estos son Jean Baptiste Basset, Guillaume Lemille y su esposa Elizabeth. Desgraciadamente, la operación fracasa, porque la reina
está ya muy mal y apenas puede moverse.
Aun así, como a Robespierre le interesa que se juzgue a la reina, hace todo lo posible por mantenerla con vida. Por este motivo, ordena su traslado al Hospital de la Archidiócesis. Allí, Batz, consigue que colaboren con él tanto el Dr. Giraud, que atiende a la reina, como la jefa de las enfermeras. No obstante, este intento también fracasa.
Batz, al igual que otros exiliados, pudo regresar a Francia, al cabo de unos años,  durante el período del gobierno consular. Parece ser que el ministro Fouché le prometió que estaría seguro si no se metía más en cuestiones políticas. Así que se limitó a vivir de sus rentas.
Tras la llegada de la Restauración monárquica, el régimen le nombró mariscal de campo y caballero de la Orden de San Luis.
Lógicamente, siempre vivió con la amargura de no haber podido rescatar a ningún miembro de la familia real, aunque no sé si intervendría en el canje y la puesta en libertad de Madame Royal.
Posteriormente, se retiró a su castillo en Chadieu, donde murió en 1822 a causa de una apoplejía.

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