Hoy en día, cuando se requieren
para cualquier investigación ingentes cantidades de dinero es admirable comprobar
lo que pudo hacer un hombre con unos medios tan elementales y que le sirvieron
para crear los principios donde se basa actualmente la policía científica en
todos los países del mundo.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba Edmond Locard, el cual nació en 1877, en un pueblo muy cercano a Lyon, que
fue donde se formó.
En su universidad estudió Derecho
y Medicina y tuvo como maestro a uno de los mejores especialistas de la época,
Alphonse Bertillon.
No hará falta decir de Edmond
estuvo en su juventud muy influido por las famosas novelas de Sherlock Holmes,
muy de moda por entonces.
Se dice que siempre fue un joven
con una gran aptitud para aprender todo lo que le pusieran por delante. Tal
vez, tuvieran algo que ver en ello su padre, un ingeniero, gran estudioso de las
Ciencias Naturales, y su madre, muy aficionada a la música y al teatro.
Se dice que, cuando inició sus
estudios universitarios ya sabía hablar hasta 11 idiomas. A mí, eso me parece muy
exagerado, porque, como todo el mundo sabe, los idiomas, si no los practicas
casi a diario, pues se te olvidan.
Parece ser que, al terminar sus
estudios viajó por varios países para comparar el grado de avance de la técnica
criminalística.
A su regreso, pidió permiso a la
Policía de Lyon para instalar en sus locales un pequeño laboratorio a fin de
desarrollar sus investigaciones. Algo realmente novedoso, pues lo logró en 1910,
incluso, adelantándose casi 20 años a las investigaciones policiales en USA, el
país de las famosas series CSI.
Cuando él inició sus
investigaciones ya se había descubierto la importancia de las huellas
dactilares y el estudio de las medidas antropométricas. En el estudio de estas
últimas fue pionero su Maestro, Bertillon.
Lo que ocurría es que, cuando
Locard empezó a trabajar en este campo, se estudiaba cada pista por su lado.
Sin embargo, él decidió estudiarlas como un conjunto perfectamente interrelacionado.
De hecho, al poco tiempo de montar
su laboratorio policial, consiguió demostrar ante el juez la culpabilidad de un
reo, a través del estudio de sus huellas dactilares.
Hoy día sería imposible para la
Policía investigar un crimen sin la colaboración de los científicos que
estudien, previamente, esas pruebas.
Como no había casi ninguna obra
sobre el tema, escribió ya en 1923 el “Manual de técnica policíaca”, su obra más
famosa. Seguidos unos años después por el “Manual de Poroscopia” y un “Tratado de
Criminalística”. Llegó a escribir unos 40 libros sobre estos temas.
Aunque se formó con Bertillon,
que confiaba mucho en la identificación por las medidas antropométricas, él se
dedicó más a desarrollar el estudio de las huellas dactilares e, incluso, las huellas
dejadas por los poros del cuerpo. Estas últimas se utilizan más en los casos donde
no es posible apreciar por completo la huella dactilar.
Algo que le hizo empezar a ser
famoso fue, en 1917, el famoso caso del “cuervo de Tulle”. Realmente, se
trataba de una especie de envío de libelos, que habían recibido algunas
personas de esa localidad, donde se les advertía sobre las infidelidades de algunos
de sus seres queridos.
Esto tuvo como trágica
consecuencia que varios de los destinatarios de estos escritos murieran tras
sufrir un ataque cardiaco.
Por fin, en 1920, a la Policía le
llegó una pista. Una mujer del pueblo comentó el contenido de una de esas
cartas, sin que le hubiera llegado aún a su destinatario.
Los agentes la detuvieron, pero
ella negó una y otra vez su participación en el hecho. Así que Locard, se trasladó
allí para investigarla.
Parece ser que la obligó a
escribir un montón de cuartillas, hasta que la acusada se rindió y la escribió
con su auténtica caligrafía. Algo que pudo comparar Locard con un microscopio especial que utilizaba para estos
casos.
Nuestro personaje también
demostró que se podría identificar cualquier escrito realizado con una máquina
de escribir, pues cada una imprimía de una forma diferente.
Como ya he mencionado, otras
actividades a las que se dedicó fueron las falsificaciones tanto de la moneda
como de la escritura. Las armas, explosivos, drogas. Sobre todo, hacía mucho
hincapié en el procedimiento más adecuado para obtener esas pruebas.
Dado que Bertillon era
considerado una eminencia en su país, Francia, su procedimiento antropométrico
estuvo en vigor allí más tiempo que en el resto de los países. Luego optaron
por los estudios de Locard.
En sus obras, llegó a afirmar
que, si se obtenían tan sólo 12 puntos muy concretos idénticos entre dos
muestras de huellas dactilares, se podría afirmar que las dos correspondían a
lamisma persona.
Lo que le dio una merecida fama a
Locard fue una teoría a la que llamó “Principio de intercambio”.
Consistía en que, según él, cuando
un criminal lleva a cabo una de sus acciones se lleva algo, pero siempre deja
allí algo de sí mismo, que sirve para incriminarle. Dicho en forma concisa:
“todo contacto deja su huella”. Una afirmación de la que se parte siempre, hoy
en día, para investigar un crimen.
Incluso, al tocar o acercarse a
su víctima, se lleva algo de ella, pero
siempre deja algo de sí mismo. La
habilidad de la Policía consistirá en saber hallarla.Como ya dije anteriormente, siempre fue muy aficionado a las novelas de Sherlock Holmes y de ahí confesó que extrajo algunas de sus ideas. Por eso mismo, les obligaba a sus alumnos a leerlas para abrirles la mente y que les sirvieran para sus investigaciones. Lo consideraba, claramente, todo un modelo para sus estudiantes.
Siempre fue muy cuidadoso al
tomar las muestras y nunca se dejaba nada para atrás, porque todo le podría
servir para encontrar pruebas contra el culpable y decía que “las evidencias no cometen perjurio”.
Precisamente, uno de sus primeros
casos tuvo lugar en 1912. En aquel año, una chica de Lyon había aparecido
muerta por estrangulación en su propia casa. Su novio, al que la Policía le
consideraba el principal sospechoso, había utilizado la coartada de estar jugando
a las cartas, ese mismo día, en un bar, alejado de ese domicilio.
Locard se encontró bajo las uñas
del acusado con unos restos de maquillaje, que le faltaban al cadáver. Localizó la
fábrica y se entrevistó con el fabricante de este cosmético, demostrando que se
trataba del mismo producto. Tras esta investigación, al acusado no le quedó más
remedio que confesar su crimen.
También decía atender casos
privados. Parece ser que mucha gente le enviaba desde diferentes países una
serie de pruebas, al sospechar que su cónyuge le estaba envenenando. Él siempre
pedía que se le remitieran las muestras, pues no era muy partidario de hacer
viajes. De esa forma, solucionó varios casos a nivel internacional.
Incluso, ayudó a la Policía
alemana a resolver una serie de crímenes, en los que el asesino, aparte de
matar a sus víctimas, se comía parte de sus cadáveres. Se demostró la culpabilidad
del sospechoso.
Todavía se recuerdan algunos de sus
casos más famosos. En una ocasión tuvo que analizar la firma de un cuadro de
Picasso. Él sabía que el pintor malagueño firmaba sus cuadros sin una
preparación previa de la misma. Sin embargo, gracias a su gran manejo del
microscopio, llegó a ver que el falsificador había dibujado antes la firma con
un lápiz, para luego pintar encima de la misma.
En otra ocasión, le pidieron que
investigara una serie de robos ocasionados en Lyon en una serie de viviendas
situadas en altura. Estuvo investigando minuciosamente las huellas dactilares
encontradas, pero ninguna coincidía con las que tenía archivadas la Policía, correspondientes
a los delincuentes habituales.
Más tarde, al leer un estudio
sobre los monos, le pidió a la policía que le llevara a su laboratorio todos
los monos de los organilleros y de los circos que había en ese momento por los
alrededores. Así pudo descubrir que las huellas encontradas correspondían a un
mono y, efectivamente, los objetos robados se hallaron, posteriormente, en la vivienda de su propietario.
Lo más asombroso es que, a pesar
de los avances técnicos actuales, sus principios fundamentales se siguen
utilizando casi al pie de la letra. Se calcula que investigó unos 11.000 casos
a lo largo de su dilatada carrera.
Es una lástima que hoy en día no
sea tan conocido popularmente, como lo fue en su momento, porque creo que la sociedad
le debe mucho a este personaje. Murió en 1966.