sábado, 16 de agosto de 2014

MARIANA PINEDA, UNA HEROÍNA CASI OLVIDADA

Hoy traigo al blog a una mujer que derrochó mucho valor durante toda su vida y que al final de la misma provocó, con su actitud, la envidia de muchos hombres.
Como siempre, empezaremos esta historia por el principio. Nació en Granada en una casa de la carrera del Darro, el año 1804, en una época muy conflictiva para la Historia de España.
Su padre fue Mariano de Pineda y Ramírez, marino militar, perteneciente a la nobleza, nacido en Guatemala y caballero de una orden militar. Por el contrario, su madre, María de los Dolores Muñoz y Bueno, que era mucho más joven que él, pertenecía a la clase modesta y la pareja nunca pudo casarse por culpa de los convencionalismos sociales de la época.
A causa de una grave enfermedad del padre, éste le dio una buena cantidad de dinero a la madre, para que cuidara a la niña, pero luego se arrepintió y la denunció, acusándola de haberle robado. Así, la niña se quedó con el padre y la madre desapareció de la escena.
Al poco tiempo, falleció su padre y la niña quedó bajo la custodia de un hermano de su padre, José de Pineda, que era ciego. Allí estuvo muy bien cuidada, pero, cuando a éste se le ocurrió casarse, su esposa, Tomasa Guiral,  no aceptó tener la custodia de la niña, por lo cual, su tío, la entregó a un matrimonio amigo suyo, que vivía muy cerca de su casa y tenían una confitería, o sea, un paraíso para un niño.
Parece ser que la esposa de su tío era una prima suya, cuyo matrimonio fue organizado por la madre de ella, Tomasa Salazar,  para paliar la mala situación económica de su familia.
A pesar de ser una hija ilegítima, Mariana, poseía una buena fortuna, lo cual no impidió que su futuro marido pusiera alguna pega por casarse con una mujer de esa condición social. Ya vemos que en la España de esa época, la gente tenía mucho miedo a las habladurías y todavía se lleva
ba eso de la “limpieza de sangre”. No obstante, algunos autores dicen que ella estuvo toda su vida pleiteando contra la familia de su tío, pues les denunció porque afirmaba que se habían quedado con buena parte de la herencia que le había dejado su padre.
La boda se celebró en 1819, cuando ella sólo tenía 15 años y su marido, Manuel de Peralta y Valte,  ya había cumplido los 26. Además, se realizó sin mucha publicidad a causa de los prejuicios del marido, aunque, según parece, estaba arruinado. También esa rapidez por realizar la boda pudo ser debida a que ella se hallaba embarazada, pues a los 5 meses nació su primer hijo.
Varios de sus contemporáneos hablan de ella alabando su hermosura, dotada de una piel muy blanca, con cabellos rubios y ojos azules. Tuvo muchos admiradores a los que ella casi nunca hizo caso, como el futuro marqués de Salamanca.
Una vez casada, en su domicilio tuvieron lugar muchas reuniones entre conspiradores liberales, ya que su marido era uno de ellos, aunque también había sido militar, y además pertenecía a una Logia masónica. Con esto, ya vemos que los liberales eran liberales para unas cosas, sin embargo, para otras eran muy conservadores. De ese matrimonio, nacieron sus dos primeros hijos.
Aunque su marido falleció sólo 3 años después, ella siguió frecuentando los ambientes liberales del conde de Teba. En ese momento, ella tenía sólo 18 años y dos hijos. No obstante, en aquella época, a las viudas se las consideraba como si fueran cabezas de familia y tenían una consideración social más respetuosa, parecida a la del marido.
Por si a alguno no le suena este título, el conde de Teba que ostentaba el título en esta época fue el padre de la emperatriz de Francia Eugenia de Montijo, que, posteriormente, heredó también ese condado, y de otra hija, María Francisca, que se casó con el duque de Alba.
En 1823, tras la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, conjunto de tropas enviadas a España para que Fernando VII volviera a reinar como un monarca absoluto, comenzó un decenio en el cual el rey se dedicó a eliminar todo lo que oliera a liberal. Así que la represión fue feroz por todas partes.
A Mariana se le encomendaron, al principio, tareas menores, como las de mantener correspondencia con los liberales exiliados en Gibraltar. También visitaba a diario a los presos en la cárcel de Granada.
Otro de sus amores fue Casimiro Brodett, otro militar relacionado con la causa liberal. Se sabe que dirigió una instancia para pedir permiso para contraer matrimonio con ella (algo muy normal entre los militares), pero no se le concedió, no se sabe bien por qué. Pudiera ser a causa de sus ideas liberales.
En 1825, el rey nombró alcalde del crimen de la Real Chancillería de Granada a un personaje muy importante en esta historia. Su nombre era Ramón Pedrosa Andrade y era natural de un pueblo de Lugo. Es curioso, porque este mismo cargo lo había ostentado anteriormente un abuelo de Mariana.
Lo cierto es que a Pedrosa le otorgan plenos poderes y, nada más llegar, asume los cargos de subdelegado de la policía, presidente de la comisión depuradora para los delitos de carácter político y alcalde de casa y corte.
Enseguida, su nombre infundió el terror entre los granadinos, pues, como era lo que se llama ahora un trepa, se tomó su puesto demasiado en serio y, como se suele decir, se pasó diez pueblos.
No obstante, antes de la llegada de Pedrosa, ya habían sido procesados Mariana y un criado suyo a causa de una denuncia de un preso liberal, que se hallaba encarcelado en Málaga. La acusó de prestar grandes servicios a la causa liberal. Además, ese criado suyo había luchado a las órdenes del general Riego.
Seguramente, como su familia era de las más conocidas de Granada, el proceso no siguió su curso y fue archivado por falta de pruebas.
No obstante, cuando llega Pedrosa, intenta reactivar ese proceso y somete a vigilancia la casa de Mariana.
Por otra parte, no es la única de su familia que lucha por la llegada de los liberales al poder, también están en la cárcel un tío suyo, que además es sacerdote, y un primo lejano, que es militar.
Algunos autores dicen que también estuvo enamorada de ese primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, el cual fue condenado a muerte por el mencionado Pedrosa.
El caso es que Mariana, que iba todos los días a la cárcel a visitar a los presos liberales, se dio cuenta de que, cuando se aproximaba una ejecución, aquello se llenaba de frailes de todo tipo, para dar consuelo a los presos y nadie les controlaba. Así que no se le ocurrió otra cosa que encargar un disfraz de fraile capuchino y una barba para su primo.
Lo llevó disimuladamente a la cárcel y así éste pudo escapar tranquilamente por la puerta principal. Evidentemente, esto no gustó nada a Pedrosa, el cual, tras destituir al alcaide de la cárcel, mandó vigilar todos los caminos y sometió a registros continuos los domicilios de todos los sospechosos de ser adeptos a la causa liberal.
Parece ser que Pedrosa pensó en primer lugar en Mariana, así que mandó registrar inmediatamente su domicilio. No se confundió, porque allí estaba él, pero le dio tiempo a escapar por una puerta trasera.
Por otra parte, como estaba en camino un levantamiento de los liberales, Mariana, encargó la confección de una bandera a unas bordadoras. El problema es que el levantamiento no llegó a producirse y ella dio orden de que se parara la confección de esa bandera.
Parece ser que los canales habituales de soplones de los que se “alimentaba” Pedrosa solían ser los confesionarios o las queridas de los liberales. Esta vez no fue así.
El padre de un cura liberal, al que no le gustaba que su hijo tuviera relaciones con una de las bordadoras, denunció el tema de la bandera. Por ello, Pedrosa, detuvo al cura y, tras intimidarlo, denunció a Mariana, como la cliente que había encargado la bandera. Algunos autores también insinúan que este cura estaba enamorado de Mariana, pero que ella no le había hecho caso.
Parece ser que Pedrosa se inventa una jugarreta para poder detenerla. Les paga a las bordadoras y les dice que lleven la bandera a la casa de Mariana. Cosa que ellas hacen. Al poco rato, se presenta éste, acompañado de una patrulla policial y los miembros del tribunal, para efectuar un registro en la casa de nuestro personaje. Supongo que tendría que andarse con pies de plomo, porque Mariana es una persona muy influyente y pertenece de hecho a la alta sociedad granadina.
Evidentemente, encontraron enseguida lo que iban buscando, o sea, una bandera de tafetán de color morado y con un triángulo verde en el centro, en el que se decía “libertad, igualdad y ley”. Todo ello, a medio bordar.
Además, esta bandera parecía más un símbolo masónico que liberal, aunque en aquellos momentos, esos dos conceptos eran casi equivalentes.
Parece ser que no está muy clara la forma en que llegó la bandera a casa de Mariana, pues los criados afirman que no la llevó ninguna bordadora. Así que pudo llevarla, incluso, la propia policía. También varios autores dicen que pudo ser una venganza de Pedrosa, pues estaba enamorado de ella y no le hizo caso.
La versión que circula por ahí de que Mariana estaba bordando esa bandera parece ser falsa, porque ella nunca supo bordar y varios testigos, incluido, años después,  su propio hijo, así lo afirmaron.
En un principio, dado que parece que está enferma y, supongo, que debido a su condición social, tuvieron el detalle de dejarla en su casa bajo arresto domiciliario.
No obstante, a los pocos días, ella intentó la fuga disfrazándose con uno de los vestidos de luto de su madrastra. No está claro cómo la pillaron, pero lo cierto es que, a partir de ese hecho, la llevaron a un nuevo lugar.
El nuevo sitio se llamaba el Beaterio de Santa María Egipciaca, famoso por el título de una obra de teatro de José Martín Recuerda, primero censurada y luego estrenada en España ya en 1977. Allí estaban las llamadas “arrecogías”, las cuales solían ser prostitutas, alcohólicas y presas que no interesaba que se vieran, como el caso de Mariana.
Allí estuvo encerrada algún tiempo, hasta pocos días antes de su ejecución, cuando fue trasladada a la cárcel. Fue sometida a constantes interrogatorios, pero nunca quiso delatar a  sus amigos liberales.
Es posible que Pedrosa no tuviera, en principio,  la intención de condenarla a muerte y ejecutar la sentencia, sin embargo,  los dos se obstinaron. La una en no hablar y el otro en intentar sacar de ahí un filón. Todo eso les llevó a una situación de alta tensión, donde el Gobierno de Calomarde y el rey  exigieron su ejecución.
Seguramente, el objetivo último de esta sentencia era demostrar a la nobleza que no le iban a valer de nada sus privilegios, si se enfrentaban a la figura del rey. A Mariana nunca se la vio, desde el Gobierno, como una representante del pueblo llano, sino de la nobleza, que siempre había sostenido a la monarquía.
Incluso, se dice que el propio Pedrosa amenazó al fiscal de la Chancillería, que, si quería conservar su puesto, tenía que pedir la pena de muerte para Mariana.
Parece ser que se hizo un juicio a puerta cerrada, donde no se tuvieron en cuenta para nada las alegaciones del abogado defensor, José María Escalera, al cual, apenas le dejaron tiempo para preparar la defensa, y se dictó inmediatamente la pena de muerte. Tampoco le dejaron a ella asistir a su propio juicio.
Algunos autores afirman que, al conocer su sentencia exclamó: “el recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo.”
Tras su ejecución, no sé quién de los dos bandos respiraría más aliviado. Si los conservadores, por haber eliminado a uno de los dirigentes liberales o los mismos liberales, porque se aseguraban de que ya no podría delatarlos.
De todas formas, está claro que, si los hubiera delatado, es posible que hubiera peligrado su vida y la de su familia, porque sus amigos pertenecían a las familias más influyentes de la zona y Granada era una ciudad de sólo unos 65.000 habitantes, donde todo el mundo se conocería. Seguro que eso ya lo tuvo ella en cuenta, pero no se sabe que sus amigos hicieran nada por sacarla de allí.
La verdad es que tenía que ser una mujer de armas tomar, porque en una de las reuniones se la oyó decir lo siguiente: “Yo, aunque débil por mi sexo, también empuñaré la espada. Seamos libres. Los déspotas nos afligen con demasía. Una sola vida tengo, si más tuviera a la libertad del mundo consagrara”.
De todas formas, hay quién dice que no quiso hablar, porque uno de los conjurados era otro militar llamado José de la Peña, padre de su tercer hijo, al que ella misma ingresó en un orfanato. Por lo visto, para no perder su condición social. Parece ser que esta era la opinión que tenía García Lorca sobre este caso.

También se dice que, al comunicarle Pedrosa que estaba facultado para indultarla, si delataba a sus amigos, ella dijo: “Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance final. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente”. Bueno, esta frase parece muy teatral, a mi modo de ver, pero da a entender el carácter de la condenada.

Lo cierto es que estuvo presa desde el 18 de marzo de 1831 hasta el 26 de mayo del mismo año. Ese día la llevaron desde la cárcel baja hasta el cadalso, situado en el Campo del triunfo de la Inmaculada, en Granada. Por lo menos, debido a su origen noble, tuvieron el detalle de trasladarla en mula hasta ese lugar.

Durante el recorrido, muchas mujeres lloraron admirando su entereza y las autoridades pidieron refuerzos militares para prevenir algún posible disturbio. No hubo nada de eso. Nadie movió un dedo para salvarla.

Fue ejecutada esa mañana mediante el procedimiento del garrote. Aún no había cumplido los 27 años. Parece ser que llevaba un vestido de percal azul con flores de azucena, medias grises y zapatos negros de tafilete. Otros dicen que iba vestida con un sayal negro y un birrete, más propio de los reos que iban a ejecutar.
El cortejo formado para la ejecución lo formaba el verdugo que iba tirando de la mula, donde iba ella montada, precedidos por un pregonero que, de vez en cuando, ordenaba parar para anunciar la sentencia. Tras ellos iba un piquete de caballería y una unidad de infantería.

Cuando subió al cadalso, allí la esperaba un viejo sacerdote, el cual estaba muy apenado, porque había sido el mismo que la había bautizado en al iglesia de Santa Ana.

Las autoridades ordenaron que fuera enterrada, si ningún tipo de ceremonia, en una tumba sin nombre, en el cementerio de Almengor. Esa misma noche, dos sujetos vestidos de negro saltaron la tapia del cementerio para clavar una cruz en su tumba.

Unos cinco años después de su muerte, tras haber fallecido también Fernando VII, su  cuerpo fue trasladado desde ese cementerio a una tumba dentro de una iglesia granadina.

Su figura ha sido objeto de muchos homenajes y de varias obras literarias y teatrales.




6 comentarios:

  1. Una mujer valiente. Hoy la llamarían despectivamente "perro flauta".
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, yo creo que fue una mujer que siempre fue valiente, porque esperó hasta el último momento, que sus amigos fueran a salvarla, como hizo ella con su primo. Sin embargo, la dejaron tirada, porque igual les interesaba más que se la cargaran a que la tuvieran detenida por tiempo ilimitado y que les pudiera delatar en cualquier momento. La verdad es que da vergüenza que hayan pasado esas cosas, pero así sucedieron.
    Muchas gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  3. Un trabajo muy, muy bueno, Aliado. Y muy ameno, lo cual es muy difícil de conseguir en una narración sobre estos temas. Afortunadamente para mí, hace mucho que dejé bien claro a todo el que puedo que dejé de bordar por cuestión de la vista, lo cual me dejaría más tiempo para estudiar a la gente y ver quién respondería y quién no en un trance como el de Mariana Pineda, qué asquerosos. Sigue en esta línea, Aliado.

    ResponderEliminar
  4. Sigo pensando que a Mariana la utilizaron ambos bandos. A unos, los que estaban entonces en el Gobierno, les sirvió para dar escarmiento a los nobles levantiscos, y a los suyos, para configurar una mártir para su causa.

    Es curioso, porque, a pesar de que se decía que Granada era un nido de liberales, nadie levantó un dedo para impedir esta injusticia. No sé si tendría algo que ver que ella fuera hija natural y que también tuviera hijos ilegítimos y que, por eso, no la consideraran los nobles como una de su misma clase.

    Muchas gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  5. No hay que olvidar que el Estado le dio, hasta el último momento, tratamiento de noble. No sé si por no rebajarla de su categoría o para que todo el mundo se diera cuenta de que no se iban a cortar un pelo con ellos.

    La prueba evidente es que la llevaron al cadalso montada en una mula y no en un carro. Ese detalle era muy importante en esa época, donde los simbolismos importaban mucho más que ahora.

    A partir de 41832, todas las ejecuciones de reos en España se hicieron mediante garrote y se abandonó el uso de la horca, por considerarla más infamante.

    Muchas gracias y a ver si veo más comentarios.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Lógicamente, he querido decir 1832. menos mal que, en 1833, murió este rey nefasto y las ejecuciones se redujeron ostensiblemente.

    Saludos.

    ResponderEliminar