domingo, 30 de marzo de 2014

PERSONAJES DE LA I GM: ARISTIDE BRIAND

Esta vez traigo al blog un personaje francés, que, aunque vivió durante la I GM, no estuvo muy relacionado con ella. Se le tiene por un hombre de paz y se le premió por serlo.
Nació en Nantes en 1862, o sea, que era más o menos de la misma zona que Clemenceau, al cual he dedicado la entrada anterior, aunque, como veremos, tenían los dos unos caracteres  muy diferentes.
Vino al mundo en el seno de una familia muy modesta. Su padre tenía un bar y su madre había sido sirvienta.
En principio, su padre había pensado que heredara el negocio familiar, pero su madre insistió en que debía tener una carrera universitaria y esta vez, como casi siempre, la mujer se salió con la suya.  Lo cual le vino muy bien a nuestro amigo Aristide. Nunca está de más que en las familias haya alguno con visión de futuro y se le haga caso, claro.
En 1885, después de haber estudiado Derecho en París, se dedica al ejercicio de la abogacía en Saint Nazaire. No obstante, un hecho no aclarado, por el cual se le acusa de atentado contra el pudor, trunca su carrera y tiene que abandonarla, a pesar de haber ganado ya varios pleitos y tener buena fama en la profesión.
Dado que era un buen escritor y aún mejor orador, se acercó al mundo de la política y trabó amistad con gente del mundo de la izquierda.
Se decidió por el partido socialista, posiblemente, por su amistad con Jean Jaurès. Ambos fundaron unos años más tarde el conocido periódico L’Humanité.
En 1902 consiguió por primera vez un escaño en la cámara de diputados y ya no lo perderá hasta su muerte.
 Siempre se consideró un independiente dentro del partido. Lo que se llama ahora “un verso suelto”. De hecho, cuando el entonces primer ministro, Pierre Waldeck Rousseau, invitó a los miembros de otras fuerzas a participar en el Gobierno, él se mostró conforme, aunque el Congreso socialista de Ámsterdam votara lo contrario. No hará falta decir que su amigo Jaurès se plegó a esa decisión y de ahí surgió un cierto distanciamiento entre los dos.
Él siempre dijo que algo que le había ayudado siempre en su carrera política fue algo que llamaba su “blanda obstinación”.

Briand consiguió hacerse respetar, porque se definió como una persona dispuesta a aunar voluntades para conseguir unos fines aceptables para todos.
Aunque parezca mentira, en aquella época, la izquierda francesa veía con peores ojos al Vaticano que al káiser de Berlín.
Al aceptar Briand el cargo de ministro de Instrucción Pública y Culto en el Gobierno de Ferdinand Sarrien, le acarreó su cese en el partido socialista.
También en este gabinete dio muestras de su “savoir faire” (saber hacer, que dicen los franceses), pues fue el ponente de un nuevo proyecto de relaciones entre la Iglesia y el estado francés, que calmara las heridas que había abierto el anterior gabinete presidido por el furibundo anticlerical Combes.
Siempre tuvo un fino olfato político para darse cuenta de los verdaderos problemas. Así vio claramente que las desavenencias entre Alemania y Francia representaban un gran peligro para la paz en Europa e intentó poner algo de su parte para mejorar las relaciones entre ambos países.
En una cámara de diputados, donde se daban cita  grandes oradores, y se veía que todos llevaban sus discursos muy bien preparados, llamaba la atención que nuestro personaje los improvisara  sobre la marcha y levantara los mismos aplausos que los otros.
En el lado contrario estaba otro político llamado Raymond Poincaré. De éste se decía que, los fines de semana, cuando todo el mundo descansaba, él se dedicaba a escribir a mano sus discursos y aprendérselos de memoria para la semana siguiente.
Este político coincidió en el Gabinete Sarrien, como ministro de Hacienda, con Clemenceau, ministro del Interior, y con nuestro personaje, ministro de Instrucción Pública y Culto.
Así, Clemenceau, los definió como “Poincaré lo sabe todo y no entiende nada, mientras que Briand no sabe nada y lo entiende todo”.
Se decía de él que daba más importancia al sentido común que a lo escrito en los papeles. Siempre prefería escuchar a sus colaboradores, antes que leer cualquier informe. Era alguien con una mente muy intuitiva, algo casi desconocido hoy en día.
También le guió siempre la idea de que no se podía tomar ninguna medida sin el consenso previo de los interesados en el tema. Algo que le hubiera resultado tremendamente difícil, por no decir imposible, si hubiera ejercido la política en España.
En su faceta como ministro de Instrucción Pública y Culto pudo dar sobradas muestras de saber eliminar las obcecaciones de las partes en conflicto y saber aunar voluntades para llegar a un buen acuerdo. Se puede decir que Sarrien hizo una buena elección, cuando nombró a Briand como responsable de ese ministerio.
Lo único que pudieron reprocharle siempre sus adversarios es que concedía demasiado a la otra parte. Eso no estaba bien visto, pues la política francesa de aquel momento se caracterizaba por su dureza y por su negativa constante a dar un paso atrás.
Como hombre muy valioso para Francia, su presencia fue constante en diferentes gobiernos, entre 1906 y 1929. Incluso, llegó a ser presidente del Gobierno en varias ocasiones.
Evidentemente, no tuvo mucho éxito durante su estancia en el Gobierno durante la I Guerra Mundial, por ser, primordialmente, un hombre que amaba la paz. Obviamente, el hombre que Francia necesitaba, en ese momento, era Clemenceau.
Tras la guerra, fue un eficaz negociador. Lamentablemente, su postura estuvo en minoría, al defender que había que proteger al Imperio Austro-Húngaro, por ser un freno para las ambiciones territoriales alemanas.
Algunos autores afirman que, si Briand hubiera participado en las conversaciones previas al Tratado de Versalles, éste no hubiera sido un prólogo a la II Guerra Mundial.
En 1921 llegó de nuevo a la presidencia del Gobierno y allí retoma sus ideas de caminar juntas Francia con Alemania y el Reino Unido para intentar que se consiguiera por fin una paz estable en Europa.
En 1922 se reunió en la ciudad de Cannes con el premier británico Lloyd George para intentar llegar a un acuerdo a fin de dejar “respirar” un poco a la derrotada y arruinada Alemania.
En esa ocasión no tuvo ningún éxito, pues el propio presidente de la República, Millerand, le llamó a París y tuvo que dejarlo todo pendiente. Parece ser que los políticos más belicistas habían presionado directamente a Millerand para que le “cortara las alas” a Briand. A nuestro personaje no le quedó más remedio que ir al día siguiente a la Cámara de Diputados a explicar cómo habían ido las negociaciones y a presentar su dimisión. Fue sucedido en su puesto por Poincaré.
Tras su salida del Gobierno, su idea de que la única opción para que Europa no volviera a sufrir otra confrontación bélica, fue confirmada al conocer, en 1926,  a otro curioso personaje con un nombre muy largo y, sin embargo, con unas ideas muy claras, Richard Nikolaus Graf von Coudenhove-Kalergi. Seguro que a nadie le suena, pero ya iré dando más datos sobre él.
El contraste entre los dos era muy claro. Briand era un hombre salido de una familia modesta, lo cual se podía apreciar por su aspecto algo tosco, pero que, enseguida, te hacía cambiar de opinión por su amabilidad innata y su don de gentes.

En cambio, el otro personaje, pertenecía desde su nacimiento a la nobleza y, además, tenía un espíritu muy cosmopolita, pues su padre había sido diplomático austriaco, lo cual le permitió conocer de primera mano varios países y, además, su madre era de origen japonés. Toda una rareza para la época.
Aunque parezca mentira, estos dos espíritus tan diferentes, a primera vista, se llevaron muy bien y aunaron sus esfuerzos para intentar conseguir una paz duradera en Europa.
Kalergi ya era conocido a nivel europeo, pues en 1923 redactó un manifiesto llamado Pan-Europa, que supuso la fundación de la Unión Internacional Paneuropea. Si consultamos los datos relativos a esta asociación, nos encontraremos con figuras muy conocidas de la política internacional.
A raíz de esta colaboración surgió el germen de la famosa y, desgraciadamente,  muy poco aprovechada Sociedad de Naciones. La cual acabó sus días al mismo tiempo que la vida de Briand, en 1932.
Aunque Briand no tuvo mucho éxito, algunos autores dicen que su semilla germinó en algunos políticos mucho menos veteranos, como Jean Monnet, con el que coincidió en la sede de este organismo en Ginebra.
Gracias a sus gestiones, pues en esos años fue el ministro de Negocios Extranjeros de Francia, Alemania fue recibida en la Sociedad de Naciones, con los honores de una gran potencia mundial, aunque entonces ya no lo fuera.
Lástima que su idea de que Europa sólo podría sobrevivir en paz si se federaba y permanecía unida, no fuera compartida por todos. Por eso se llegó al desastre de la II Guerra Mundial.
Menos mal que, como tras ese conflicto se retomaron sus ideas paneuropeas, la Europa de hoy aparece más unida y no se ve ningún conflicto en el horizonte que amenace esa unión.
Olvidaba mencionar que Kalergi fue la primera persona galardonada con el famoso Premio Carlomagno, en 1950, por su contribución a la paz en Europa.
Finalmente, la labor de nuestro personaje fue reconocida internacionalmente con el Premio Nobel de la Paz, en 1926, compartido con su colega alemán, Gustav Stresemann, del cual hablaré en otra futura entrada.




3 comentarios:

  1. Una vez más, Aliado, debo agradecerte que hayas escrito una entrada sobre alguien relacionado con la Primera Guerra Mundial; abunda poco ¡nadie diría que es el año del Centenario de su estallido!

    Según he ido leyendo, he querido buscar paralelismos con la situación anterior a la guerra, y no he podido evitar fijarme en la figura de Jean Jaurès; pienso que Briand hubiera corrido la misma suerte si toda esa actividad que desplegó después de la guerra hubiera tenido lugar antes.

    Otra vez quiero agradecerte la entrada y animarte a que sigas en esta línea. Sólo una pequeña anécdota: no sé si te habrás dado cuenta que hay una foto en la que Aristide Briand se parece muchísmo al actor francés Jean Rochefort.

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  2. Bueno, no sé qué decirte, porque estuve la semana pasada en la Casa del Libro y había mesas llenas de libros sobre la I Guerra Mundial. Otra cosa es que la gente los quisiera comprar.

    Pienso que se llegó a la I Guerra Mundial, porque se creó en la gente de todos los países una mentalidad nacionalista, que buscaba dar una lección al contrario. Hay quien dice que, si no hubieran empezado los austriacos y los alemanes, hubieran comenzado los aliados.

    Es muy posible que el orgullo nacionalista prevaleciera sobre las opiniones de los gobiernos. En cierta ocasión, estuve leyendo que los franceses no ocuparon el territorio belga, antes de que lo hicieran los alemanes, porque los belgas les amenazaron con declararles la guerra si lo hacían.

    Es muy posible que toda esta gente pensara que iba a ser una guerra muy rápida. Con muy pocas bajas, pero se encontraron con armas muy modernas, por parte de ambos bandos, que multiplicaron las bajas hasta un nivel nunca visto. Por eso, no les quedó más remedio que construir trincheras.

    Me parece que en esta guerra, Francia, a pesar de haberla ganado, se arruinó y pasó a ser una potencia de segundo orden. Ya no quiso ser tan militarista y llegó a la II Guerra Mundial con un ejército muy grande, pero también muy anticuado, porque su opinión pública ya no estaba a favor de los gastos de guerra.

    Por otra parte, me da la impresión de que, en la I Guerra Mundial, se llegó a un punto donde, tras los múltiples gastos realizados, los políticos no pensaban en otra cosa que en ganar la guerra. De otra manera no se entiende que, tras los intentos de paz por parte del nuevo emperador austriaco Carlos I, el presidente Clemenceau le contestó publicando las cartas de éste, donde les cedía una serie de territorios, para conseguir cuanto antes la paz. Eso hizo que, en la posguerra, el destronado emperador fuera considerado casi como un apestado en la política internacional.

    Saludos.

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  3. Olvidaba mencionar que Briand no pudo parar la guerra, porque no le dejaron. Supongo que las burguesías del momento se lo tomaron como una prueba de fuerza entre ellas y les molestaba que les aguara la fiesta un líder de los obreros, como era Jaurès.

    Por lo menos, en este caso, durante la guerra civil española se hizo "justicia", cuando los milicianos anarquistas mataron en Ibiza a su asesino.

    Saludos.

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