domingo, 29 de octubre de 2023

MAXIMILIEN ROBESPIERRE, EL INCORRUPTIBLE

 

Hoy voy a narrar en este artículo la historia de un personaje que, incluso, hoy en día, sigue siendo muy controvertido.

Maximilien Robespierre nació en 1758 en la ciudad de Arrás, situada al norte de Francia y cerca de la frontera con Bélgica.

Su padre fue Maximilien-Barthelemy de Robespierre, abogado y miembro de una familia, donde todos se habían dedicado siempre al mundo del Derecho. Mientras que su madre, Jacqueline Marguerite Carraut, era hija de un cervecero de la ciudad.

La pareja se casó, cuando su madre ya estaba embarazada de Maximilien. No obstante, el matrimonio tuvo 4 hijos más. Tras el nacimiento del cuarto, la madre y el hijo murieron.

Parece ser que ese matrimonio no fue del agrado de su familia paterna, pues no acudieron a la boda ninguno de los familiares del novio.

No está muy claro si, tras la muerte de su madre, el padre abandonó a sus hijos. Unos dicen que se fue a vivir a Alemania y otros que siguió ejerciendo el Derecho en su localidad y en otras de los alrededores.

Lo que está claro es que las niñas se criaron con sus tías paternas, mientras que los niños vivieron con su abuelo materno.

Gracias a las influencias familiares, ingresó en un colegio jesuita de su localidad.

Más tarde, el propio obispo le consiguió una beca para estudiar en el liceo Louis le Grand, en París. Allí coincidió con otros personajes, que fueron muy importantes en su vida, como Desmoulins y Danton.

También se cuenta que, con motivo de una visita de Luis XVI a la ciudad de Arrás, el joven Robespierre fue el encargado de escribirle unos versos de bienvenida. Sin embargo, cuando se los estaba recitando, el monarca no quiso ni siquiera apearse del coche de caballos, porque estaba lloviendo y no le hizo ningún caso.

Posteriormente, Robespierre, se graduó en 1781 en la Facultad de Derecho, en París, y regresó a su ciudad natal para ejercer la abogacía, donde ganó una buena fama como orador.

En 1786 fue elegido director de la Academia de Bellas Letras de Arrás. En sus discursos dijo ser partidario de que a los hijos bastardos se les reconocieran los mismos derechos que a los hijos naturales.

Incluso, defendió el ingreso de las mujeres en su Academia y promovió la entrada de dos de ellas.

En 1789, se presentó a las elecciones para los Estados Generales, o sea, el Parlamento.

Esos parlamentos no se solían reunir diariamente, como sucede ahora. Los monarcas absolutos sólo los convocaban cuando había una necesidad urgente de recaudar más impuestos y necesitaban la autorización de esas asambleas.

De hecho, la reunión anterior de los Estados Generales tuvo lugar en 1614. Así que todos los miembros de esa cámara llevaban listas interminables con las reivindicaciones de sus respectivos territorios.

Lógicamente, fue elegido diputado por el llamado Tercer Estado, ya que no pertenecía ni al clero, ni a la nobleza.

Como todos sabemos, el rey no hizo caso a las reivindicaciones llegadas de todos los puntos de Francia.

Así que los diputados del Tercer Estado se separaron del resto y se declararon como una asamblea constituyente.

Era evidente que la burguesía acomodada, que era la que sostenía con una mayor cantidad de impuestos al régimen de la monarquía absoluta francesa, quería que se le diera un papel más protagonista en la política de Francia.

Está muy claro que, si hubieran sacado a estos burgueses adinerados del Tercer Estado, donde estaban mezclados con los campesinos, y les hubieran tratado como a los otros dos Estados, no habría tenido lugar la Revolución Francesa.

Aunque parezca mentira, en aquella época, Robespierre era un ferviente opositor a la pena de muerte.

Del mismo modo, defendía el sufragio universal y no el censitario. O sea, que pudiera votar todo el mundo y no sólo los que tenían dinero. También se mostró favorable al derecho de voto de los actores y los judíos.

De hecho, durante su estancia en su natal Arrás, fue nombrado juez y estuvo a punto de dimitir por negarse a firmar una condena a muerte. Parece ser que le convencieron para que la firmara. Debo suponer que no cobraría mucho como juez, porque le tuvieron que prestar dinero y un baúl para que pudiera viajar hasta Versalles.

Por otro lado, siempre fue un firme defensor de los más débiles y, en uno de sus discursos, exigió a uno de los obispos allí presentes, que vendieran una parte de sus inmuebles con el fin de auxiliar a los más pobres y parecerse a la Iglesia primitiva. Ni que decir tiene que no le hicieron caso.

Así, poco a poco, fue escalando puestos dentro de la Asamblea nacional.

Otra de sus propuestas fue la quitar al rey la competencia de declarar la guerra o la paz contra otro país. A fin de que esa competencia pasara a la Asamblea Nacional, pero fracasó en el intento.

Lógicamente, fue uno de los redactores de la famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano y también de la primera Constitución francesa.

A pesar de tener una mentalidad muy moderna, Robespierre nunca renunció a vestirse como las grandes figuras del Antiguo Régimen. Por ello, siempre llevaba una peluca bien empolvada; calzones cortos y medias de seda.

Todo ello, contrastaba con sus ideas más radicales que las del resto de los burgueses.

Estos aspiraban a construir un régimen parecido al británico. Sin embargo, nuestro personaje abogaba por regenerar su país, en base a la voluntad popular, utilizando un nuevo concepto que él llamaba la virtud.

Curiosamente, cuando un grupo de radicales invadieron el Palacio de Versalles, Robespierre fue uno de los pocos diputados, que se interpusieron para proteger a la familia real.

Posteriormente, la Asamblea nacional se trasladó a su nueva sede, en las caballerizas del Palacio de las Tullerías, en París. Allí alcanzó una gran fama, pues se hallaba más cerca de la población a la que él protegía.

Siguió llevando una vida muy modesta, porque su sueldo nunca fue muy alto, aunque siempre se negó a aceptar dinero de los demás. Por eso, le llamaron “el incorruptible”.

Curiosamente, también fue un hombre muy religioso. Nunca fue un anticlerical, como muchos de sus camaradas revolucionarios. Incluso, solía defender a los sacerdotes.

Sin embargo, era partidario de que la religión estuviera en manos del Estado. De esa forma, dividieron a los sacerdotes en juramentados, que fueron los que juraron obedecer la Constitución, y refractarios, los que no la aceptaron.

En junio de 1790 fue nombrado secretario de la Asamblea Constituyente.

Así que aprovechó para promover un proyecto relativo a la constitución de los jurados en los tribunales de Justicia y la creación de los primeros tribunales revolucionarios para juzgar a los enemigos del pueblo. Era una forma de restar poder a los jueces, en su mayoría, partidarios de los Borbones.

Realmente, Robespierre siempre desconfió de todo el mundo. Así que otra de sus propuestas fue la de que los oficiales del Ejército o de la Armada fueran elegidos por sus soldados.

Otra de sus medidas estrella fue la de la prohibición de que los diputados de esa legislatura pudieran presentarse a las próximas elecciones. Era una forma de restar poder a los políticos.

En junio de 1791 se le nombró fiscal con competencia sobre la inspección de las cárceles parisinas.

A finales de junio de ese mismo año, tuvo lugar la fracasada huida de la familia real, los cuales fueron capturados en Varennes y llevados de vuelta a París. Robespierre se empeñó en juzgarlos como a cualquier otro ciudadano. Sin embargo, la Asamblea se opuso a ello.

En 1792, a pesar de la oposición de Robespierre, la mayoría de la Asamblea decidió declarar la guerra al Imperio Austriaco, donde reinaba un hermano de la reina María Antonieta. Fue un fracaso absoluto. Así que Robespierre dimitió de su cargo de fiscal.

El rey cesó a varios ministros republicanos y los sustituyó por conocidos políticos monárquicos. 

Así que el pueblo estalló. El Ayuntamiento de París se constituyó en Comuna y se sublevó contra la Asamblea. La familia real fue encarcelada en la prisión del Temple.

Robespierre aceptó un modesto cargo dentro de la Comuna. Mientras tanto, la guerra iba de mal en peor, por ello, se declaró el estado de excepción y ello trajo consigo el arresto y encarcelamiento de muchos sospechosos de estar de parte del enemigo. También se creó un tribunal para juzgar casos criminales.

Marat, al frente de un comité de vigilancia, se encargó de enardecer a las masas y aconsejarles que asesinaran a todos los que considerasen sospechosos. Por lo visto, había mucho miedo de que alguien le diera “la vuelta a la tortilla”.

No obstante, Robespierre, aprovechó ese “río revuelto” para acusar a los girondinos de hacer tratos con el enemigo. De esa forma, mataron a varios de los principales líderes girondinos.

Posteriormente, como los jacobinos tenían un mayor poder en la Asamblea, al debatirse si había que juzgar al rey, los girondinos no pudieron aguantar las presiones y lo aprobaron.

Aunque Robespierre siempre había sido contrario a la pena de muerte, en esta ocasión la defendió “por ser necesaria para el bien público”. Por ello, se mostró a favor de la ejecución de Luis XVI.

A partir de aquí, no sé si por el miedo que tenían los revolucionarios a los monárquicos, la mayoría de los cuales estaban encarcelados o por cualquier otro motivo. Lo cierto es que, a partir de ahora ya es partidario del terror.

Es posible que empezasen a practicar el terror, porque las cárceles estaban llenas de monárquicos, mientras que la mayoría de los revolucionarios estaban combatiendo en los frentes.

Robespierre, al frente de sus colegas jacobinos, aprovechó la derrota y posterior deserción del general Dumoriez para acusar de traición a los girondinos, entre los que estaba ese general, y expulsarlos de la Convención, para luego ejecutarlos.

En abril de 1793 se creó el Comité de Salvación Pública, que pronto fue liderado por Robespierre. Parece ser que realizaron una importante labor para administrar bien el país, lograr el alistamiento de muchos jóvenes y empezar a enderezar a su favor la marcha de la guerra.

Por otra parte, la sublevación de algunas ciudades, como Lyon, Nantes o Toulon fueron castigadas con la máxima dureza.

También empezaron a utilizar la guillotina en cientos de ejecuciones. Se cuenta que había una serie de mujeres que solían ir a ver las ejecuciones y, mientras tanto, se dedicaban a hacer calceta. Por lo visto, antes de ir a las ejecuciones, miraban el número de las programadas y, si había menos de 10, no se molestaban en ir a verlas.

Entre los guillotinados más famosos podemos destacar a la reina María Antonieta, el científico Lavoissier, el escritor Condorcet y el jurista Malesherbes, que, en su condición de abogado, había defendido al rey Luis XVI. Esto le costó que, no sólo lo mataran a él, sino también tuvo que contemplar cómo mataban a su hija, su yerno y sus nietos.

Por lo que se ve, Robespierre estaba obsesionado con implantar, por las buenas o por las malas, su “república de la virtud”.

Así que se dedicó a eliminar a todo aquel que se le pudiera oponer. Empezó por el grupo de Hebert, que propugnaba una especie de anarquía y no tardaron mucho en ser guillotinados.

Luego, se fue a por los llamados “indulgentes”, partidarios de parar el terror y liderados por Danton y Desmoulins. A estos le costó un poco más deshacerse de ellos. Sobre todo, de Danton, porque era un abogado muy notable. Así que hicieron una farsa de juicio y no les dejaron defenderse, enviándolos, directamente, a la guillotina.

De nada sirvieron las súplicas de la esposa de Desmoulins, mencionando que Robespierre siempre había sido muy amigo de su marido. Lo único que consiguió fue que a ella también la guillotinasen. Más tarde, también guillotinaron a la mayoría de sus familiares y hasta a su joven criada.

Llegados a este punto, muchos se preguntarán cómo era que la gente seguía apoyando a Robespierre. Hay que decir que también fue partidario de algunas medidas con un gran calado social, como que pagasen más impuestos los que tenían más ingresos o como que cobrasen el paro los que se quedasen sin trabajo.

Por otro lado, ordenó que los bienes de los guillotinados y de los exiliados se repartiesen entre la población menos pudiente.

Fue de esa manera cómo llegó a la cima de su poder. Así que fue aún más radical, a partir de entonces.

Fundó una especie de religión laica con el culto al Ser Supremo y organizó ceremonias para reverenciarlo.

También promulgó un decreto por el que todos los que fueran acusados de criticar a su política o a la patria, serían guillotinados, sin ni siquiera haber sido procesados, ni juzgados.

De esa forma, varios de sus colegas en la Convención, presidida por Robespierre, empezaron a conspirar, porque suponían que iban a ser los siguientes en ser guillotinados.

Por ello, el 27/07/1794, cuando se hallaba dando un discurso en la Convención, se montó un gran escándalo que dio lugar a la orden de detención contra él y sus colaboradores más fieles, incluido, su hermano menor, Augustin, el cual pidió ser detenido con Maximilien.

Precisamente, Augustin, fue uno de los impulsores de la carrera militar de Napoleón. Curiosamente, en la ola de detenciones, que se produjeron, tras la caída de Robespierre, fue detenido el propio Napoleón, el cual pasó dos semanas en prisión.

La Comuna de París, que estaba formada por partidarios de Robespierre, se sublevó contra la Convención y consiguió rescatar a Robespierre y al resto de los detenidos. Trasladándolos al Ayuntamiento de París.

Posteriormente, las tropas de la Convención asaltaron ese edificio y volvieron a detener a Robespierre y a sus compinches.

No está claro si, cuando iba a ser detenido por estos, Robespierre
se pegó un tiro, rompiéndose la mandíbula. También hay quien
dice que fue un soldado el que se la rompió. Es posible que le hubieran dado la orden de hacerlo, porque así eliminaban el arma más poderosa de Robespierre, que era su gran capacidad para convencer a los demás.

Todos ellos fueron trasladados al Palacio de las Tullerías. Al día siguiente, Robespierre, su hermano Augustin y 18 de sus fieles fueron guillotinados públicamente.

Unas horas más tarde, también guillotinaron a unos 80 miembros de la Comuna de París. Con esto se acabó la infame etapa del terror.

Una de las beneficiadas por la ejecución de Robespierre fue Josefina, la que luego sería esposa de Napoleón Bonaparte, cuya ejecución estaba programada para el día siguiente y que fue puesta en libertad sin cargos.

 

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