miércoles, 17 de agosto de 2022

ALEJANDRO DUMAS, PADRE, Y SUS NEGROS

 

Hoy traigo al blog la curiosa historia de este famoso autor de novelas de acción. Ciertamente, muchos me dirán que es un autor muy conocido, pero, seguramente, no sabrán que muchas de sus novelas no fueron escritas, enteramente, por él, sino por otras manos.

Como siempre, voy a presentar al personaje de hoy. Su nombre fue Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie y nació en 1802 en un pequeño pueblo de la región de la Picardía francesa.

Su abuelo fue un noble francés arruinado, que emigró en busca de fortuna a lo que ahora es Haití. Allí tuvo 4 hijos con una antigua esclava negra.

Parece ser que, al cabo de los años, el noble tuvo que volver apresuradamente a Francia para cobrar una herencia. Como no tenía dinero, no se le ocurrió cosa mejor que vender como esclavos a sus propios hijos.

En el caso de Thomas Alexandre, el abuelo de nuestro personaje, fue recuperado por su padre, el cual se lo llevó a Francia. Allí le proporcionó la típica educación de un joven de la nobleza, aunque también tuvo que aguantar el racismo de la época.

Más tarde, parece ser que a Thomas Alexandre no le gustó nada la idea de que su padre se casase por segunda vez con una mujer muy joven. Así que abandonó el domicilio familiar y se enroló en el Ejército.

Por lo visto, era un tipo alto y de complexión atlética, un experto en esgrima al que se le dio muy bien la vida militar. Allí luchó junto a un grupo de amigos y casi todos llegaron al generalato. Algunos dicen que esas historias, que le contó su padre a nuestro personaje, le sirvieron de inspiración para escribir Los tres mosqueteros.

En el verano de 1789, la unidad de Thomas Alexandre fue enviada a un pueblo, llamado Villers-Cotterêts, en la Picardía.

Como no había donde alojar a tantos militares, los oficiales se alojaron en posadas. Así que Thomas se enamoró de la hija de su posadero. Se comprometieron en 1789, pero no se casaron hasta 3 años después, porque el posadero exigió que, para llevarse a cabo la boda, el novio tenía que haber ascendido a 

general. Parece ser que no le fue muy difícil, pues miles de oficiales estaban siendo guillotinados durante la Revolución Francesa.

Esa fue la razón por la que nuestro personaje nació en ese remoto pueblo de la Picardía francesa. Tenía a gala haber nacido en un pueblo cercano a otros dos, donde nacieron Racine y La Fontaine.

No voy a extenderme más sobre la vida del general Thomas Alexandre Dumas, porque, seguramente, escribiré otro artículo sobre él.

Alejandro vivió con sus padres y su hermana en una pequeña mansión. Desgraciadamente, su padre murió cuando él aún no había cumplido los 4 años. El Ejército no le quiso pagar todo lo que le debía, así que la viuda y sus hijos tuvieron que irse a vivir con los padres de ella.

Su ruinosa situación económica hizo que Alejandro no pudiera ir hasta los 9 años a la escuela y sólo estuvo allí durante dos años. Así que no pudo obtener una buena educación. Lo que sí parece cierto es que allí fue donde se aficionó a las novelas de aventuras.

Como tenía una buena caligrafía, pronto fue recomendado para trabajar en una notaría de un amigo de la familia. Allí conoció a un amigo, Adolphe de Leuven, que le introdujo en la poesía. Juntos escribieron poemas, obras de teatro, etc.

Así que, en 1823, se decide por marchar a París. Tenía muy poco dinero, sin embargo, pronto encontró trabajo como oficinista.

Posteriormente, gracias a un general amigo de la familia, es contratado en la secretaría del duque de Orleans, el futuro rey Luis Felipe I de Francia. Eso le sirvió para poder traerse a su familia a París.

Como se trataba de un tipo simpático y con una conversación muy entretenida, hizo muchos amigos y eso le dió cierta fama en los salones de París. También solía acudir mucho al teatro, donde sacaba inspiración para sus nuevas obras.

Gracias a ello, consigue estrenar varias de sus obras en la famosa Comédie Française. Esas obras dramáticas de tipo histórico le hacen ganar popularidad.

A pesar del racismo imperante en la época, era muy mujeriego y se

sabe que tuvo varios hijos con diferentes amantes.

Precisamente, en 1824, nace su hijo, también llamado Alejandro Dumas, como su padre, que luego sería otro afamado escritor de muchas obras, como La dama de las camelias. La madre del niño era una costurera, vecina de la misma calle donde vivía nuestro personaje.

Por lo visto, Alejandro, tardó 7 años en reconocer la paternidad de este hijo, pero, al final, lo hizo.

En 1840, se casó con la actriz Ida Ferrer. Ese mismo año fue elegido como candidato para ingresar en la Academia Francesa. Parece ser que el matrimonio no fue muy afortunado, porque sólo duró 4 años. Supongo que su esposa no querría aguantar las continuas infidelidades de Alejandro.

Parece ser que la fama le llegó casi de golpe y eso hizo que los editores le presionaran para que escribiera muchas más obras. Aunque la mayoría de ellas se publicaron en periódicos por el sistema de novela por entregas. Más o menos, como las series que se emiten en la tv, con capítulos que se van siguiendo unos a otros.

Así que se le ocurrió empezar a contratar los llamados “negros”. Estos son muy conocidos en el mundo literario. Se trata de unos escritores, que no han alcanzado la fama y que, normalmente, por necesidades económicas, escriben para otros.

El negro más conocido de Dumas se llamaba Auguste Maquet. Se trataba de un personaje muy metódico, que solía trabajar más de 12 horas diarias y era el que investigaba los temas para las obras.

El procedimiento era el siguiente. Dumas proponía un tema a Maquet. Éste investigaba sobre ello y escribía la estructura de la obra. Luego la terminaba Dumas, añadiéndole las escenas de acción, los diálogos y algunas anécdotas o chistes, que hicieran que el lector se animase a leer esa novela hasta el final.

Parece ser que Dumas llegó a tener unos 63 negros a su servicio. Se cuenta que, en cierta ocasión, se murió uno de sus negros y Dumas fue a su entierro. Al terminar el mismo, se le acercó un tipo para decirle que le gustaría poder seguir escribiendo para él. Dumas no lo conocía y le preguntó quién era. Éste le respondió que era un negro del negro, que había fallecido.

Por lo visto, era tal la demanda de sus novelas, que a veces tenían que entregar 40 capítulos cada mes. Así que a Dumas no le daba tiempo ni a leerlas.

En cierta ocasión, se encontró con su hijo Alejandro y le preguntó si había leído su última novela. Éste le dijo que sí y luego le preguntó a su padre si también la había leído él. Parece ser que no se atrevió a decirle que no.

Al cabo de los años, Maquet se enemistó con Dumas y lo denunció ante la Justicia a fin de que reconocieran que buena parte de las obras de Dumas no las había escrito nuestro personaje, sino él. Aparte de que le debía mucho dinero por su trabajo, ya que Dumas era muy gastoso y no era buen pagador.

Por lo visto, el juez apreció que todas las novelas tenían el estilo de Dumas. Así que no reconoció la coautoría de Maquet. Sin embargo, sí que condenó a Dumas a pagarle todas sus deudas a Maquet.

Como ya se sabe que los abogados recomiendan ir a los acuerdos antes de empezar un pleito, éste tuvo profundas consecuencias. Dumas y Maquet dejaron de trabajar juntos. A partir de entonces, las novelas de Dumas no tuvieron tanto éxito, mientras que Maquet, que empezó a publicar por su cuenta, no tuvo ninguno. Por lo visto, era un buen escritor, pero le faltaba esa chispa, que sólo poseen los genios, como Dumas.

Algo lamentable, porque juntos habían escrito obras muy importantes, como Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo.

En 1846, el ministro francés de Cultura invitó a Dumas, su hijo y otros amigos a un viaje a Argelia, que, desde 1830, era una colonia francesa. Partiendo de París llegaron a Cádiz y allí se embarcaron para ese viaje. A su regreso, Dumas escribió De París a Cádiz y La Veloce, que era el nombre del barco en el que realizaron el viaje.

Curiosamente, participó en la Revolución de 1848, un movimiento de la pequeña burguesía, que consiguió derrocar al rey Luis Felipe I de Francia. El mismo para el que había trabajado, cuando llegó a París.

En 1851 se opuso al golpe de Estado efectuado por Luis Napoleón, para dejar de ser el presidente de la República y convertirse en el emperador Napoleón III. Así que tuvo que exiliarse en Bruselas acompañado de Víctor Hugo, que también se había opuesto al golpe.

Aunque ganó muchísimo dinero con sus obras, también le gustaba derrocharlo. Se dedicaba a mantener a sus muchos hijos y a sus amantes. Incluso, se hizo construir un palacete, al que llamó Montecristo y al que decoró con los muebles más lujosos. Incluso, mandó construir otro más pequeño, al que llamó castillo d’If. Recordando la isla donde estuvo preso el conde de Montecristo. Actualmente, ambos edificios forman parte de un museo dedicado a rememorar a este personaje.

Es más, a pesar de sus enormes ganancias, siempre gastaba 
mucho más y solía vivir a base de créditos, que iba pagando con los ingresos que iba obteniendo con las futuras obras.

En 1858, una familia aristocrática de ese país, le invitó a viajar a Rusia. En los 9 meses que residió en ese país, pudo ver muchas de sus ciudades y paisajes. Debió de gustarle mucho, porque, a su regreso, escribió varias obras sobre sus experiencias en el territorio ruso.

Al año siguiente, conoció al revolucionario italiano Garibaldi y apoyó la causa de la unificación de Italia. No sé si tendría que ver algo en ello, lo cierto es que el Papa incluyó todas las novelas románticas suyas y las de su hijo en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia. Ciertamente, buscaban arrebatarles muchos miles de lectores.

No obstante, no debió de afectarles mucho, porque siguieron publicando novelas por entregas en los periódicos parisinos.

En 1870, su salud se resiente y, dada la situación de guerra con Prusia y el asedio a París, se refugia en la casa de su hijo en Puys.

Desgraciadamente, su estado de salud se agrava por culpa de un derrame cerebral y muere en diciembre de ese año a causa de una parada cardíaca.

En 1872, por decisión de su hijo, su cadáver fue sepultado en su pueblo natal. Sin embargo, en 2002, el presidente francés, Jacques Chirac, ordenó su traslado al Panteón de París, que es donde ahora se halla.

Siempre fue muy aficionado a la cocina. En esa mansión fue recopilando recetas de cocina de los países que había visitado. Esa obra se publicará unos años después de su muerte, con el título de Gran diccionario de cocina.

A Dumas se le atribuyen unas 300 obras, entre novelas, cuentos, narraciones infantiles, obras sobre viajes, biografías, teatro y, sobre todo, novelas históricas. Sus obras han sido traducidas a más de 100 idiomas.

Un gran autor, cuyas novelas nos hicieron soñar a todos.

 

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lunes, 8 de agosto de 2022

EL MITO DE MARINA GINESTÀ

 

Hoy voy a narrar una historia, que está repleta de inexactitudes, por decirlo de una manera muy fina.

Es muy posible que mucha gente haya visto la foto de una joven miliciana, morena, con el pelo corto y con un fusil a la espalda.

El personaje de hoy se llamaba Marina Ginestà Coloma. Hay quien afirma que era catalana, pero no es cierto. Nació en 1919, en Toulouse (Francia). Su único hermano, Albert, había nacido 3 años antes en la misma localidad.

Nació en una familia, que siempre apostó por las reivindicaciones sociales. Sus padres fueron el catalán Bruno Ginestà y la valenciana Empar Coloma, ambos de ideología comunista. 

Mientras que su abuela fue nada menos que la valenciana Micaela Chalmeta o Xalmeta Martí, la cual se hizo famosa como una mujer feminista y que siempre luchó para que las mujeres se organizaran en cooperativas, sobre todo, de consumo, para luchar contra las subidas de los precios de los alimentos.

Parece ser que a su partido, el PSOE, no le gustaba nada eso del feminismo y le costó mucho convencerles para que admitieran agrupaciones feministas en su seno.

En 1909, según parece, su familia había participado en los violentos sucesos de la Semana Trágica, en Barcelona y esa podría ser la razón por la que se exiliaron en Francia. Aunque también pudiera ser porque Bruno, el padre de Marina, no quería ir a luchar a la impopular guerra de África.

Esto me recuerda a lo que dicen algunos militares, que lo son “por tradición familiar”. Así que Marina y su hermano supongo que se harían comunistas por el mismo motivo.

En 1928, la familia decidió volver a España. Por lo visto, volvieron atraídos por la gran demanda de trabajadores, con motivo de la Exposición Universal a celebrar en Barcelona. Me parece que eligieron un momento poco afortunado, porque entonces estaba vigente la dictadura del general Primo de Rivera.

Así que, para empezar, al padre de Marina lo encarcelaron por no haber querido hacer el servicio militar cuando le tocó hacerlo.

Ciertamente, las cosas les fueron mucho mejor, tras la proclamación de la II República. Ya se pudieron dedicar, más o menos, abiertamente a sus actividades políticas.

Curiosamente, Empar se presentó a las elecciones municipales de 1933, compitiendo nada menos que con Lina Odena. Esta última era una joven, favorita de la Pasionaria para que la sucediera en el mando del PCE. Murió, durante la guerra civil, en Andalucía.

Incluso, en 1934, Empar llegó a visitar la URSS, en compañía de otras dos militantes de su partido, para ver los progresos realizados por el régimen comunista en ese país. A su regreso, impartieron varias conferencias para narrar lo que vieron allí.

Así que, como he dicho, Albert y Marina, se afiliaron, desde muy jóvenes, a las juventudes del antiguo PCC. O sea, el Partido Comunista de Cataluña. Grupo que luego se fusionaría con el PSUC.

Parece ser que Marina estuvo saliendo un tiempo con Ramón Mercader, amigo de su hermano Albert y el que luego fue el asesino del líder comunista Trotsky. Sin embargo, parece ser que Caridad, la madre de Ramón, quería algo parecido a un mejor partido para su hijo y dejaron de salir. Como se suele decir: “siempre ha habido clases”.

En 1936, Marina también participó en aquella famosa Olimpiada Popular, que se iba a celebrar en Barcelona y donde también iba a competir un tío mío.

Esa Olimpiada fue organizada por la Internacional para hacer sombra a los Juegos Olímpicos de Berlín. Casualmente, Barcelona también había sido candidata para organizar 

los juegos, pero la ciudad elegida fue Berlín, donde entonces ya gobernaba Hitler y éste la aprovechó para hacer propaganda de su régimen.

Marina no iba a participar como deportista, sino que, como hablaba muy bien francés, fue contratada como traductora de ese idioma. Aunque parece ser que se estuvo entrenando para correr en alguna de las pruebas.

Desgraciadamente, ese certamen no se pudo realizar en Barcelona, porque, justamente, el día en que se iba a inaugurar, comenzó la guerra civil española y todas las delegaciones internacionales tuvieron que marchar, apresuradamente, de España.

En Barcelona se combatió durante varias horas. Uno de los lugares, donde pretendieron hacerse fuertes los golpistas fue el Hotel Colón, de Barcelona. Situado en la famosa Plaza de Cataluña.

Una vez que esas tropas se rindieron, los milicianos de las JSUC incautaron ese edificio y lo convirtieron en su sede central.

Alí estuvo trabajando Marina como mecanógrafa y allí fue donde la encontró un fotógrafo llamado Juan Guzmán.

Esa es la primera inexactitud. Este tipo no se llamaba así, sino que era un alemán que, entre otras cosas, se dedicaba a la fotografía y su verdadero nombre era Hans Gutmann.

Este hombre no se limitó a ejercer como fotógrafo, sino que, durante la guerra civil, combatió en el bando republicano como oficial de ingenieros, ya que había estudiado unos cursos de Ingeniería en su país de origen.

No sé de quién sería la idea de hacerle esa foto a Marina en la terraza del Hotel Colón. En ella, se da a entender que es una miliciana haciendo guardia con un fusil al hombro.

Otra inexactitud, pues Marina nunca llevó un fusil, sino que se
lo prestó alguien para esa foto. Es más, cuando fue a coger esa arma, se le escapó un tiro y casi se carga a otro miliciano.

Con el tiempo, esa fotografía fue comprada, junto con el resto de su colección, a la viuda de Guzmán, por la española Agencia Efe.

Posteriormente, cuando empezaron a llegar los periodistas y consejeros soviéticos, hicieron falta muchos traductores. Marina fue asignada como traductora a un periodista que se hizo famoso en España y del que ya hablé en otros de mis artículos, Mijail Koltsov. Un tipo muy respetado por el resto de los soviéticos, pues era considerado como los ojos y los oídos de Stalin en España. Así que había que tener cuidado con lo que se decía delante de él. No hará falta decir que el periodista y ella se comunicaban en francés.

Durante el transcurso de la guerra, Marina pasó a ser periodista, llegando a ser redactora del periódico comunista Verdad, que se editaba en Valencia.

Al final de la guerra, supongo que sería una de esos miles de republicanos, que se agruparon en el puerto de Alicante, pensando que iría algún barco a rescatarles. Sin embargo, allí fueron detenidos por las tropas nacionales.

Fue conducida, como tantos otros a un campo de concentración. Afortunadamente, como no vieron que tuviera ningún tipo de responsabilidad sobre lo ocurrido en la guerra, a las pocas semanas, la dejaron en libertad.

Más tarde, se reencontró con su novio y se trasladaron a un pueblo pirenaico, cercano a la frontera francesa. Posteriormente, decidieron huir a Francia, sin embargo, su novio no consiguió cruzar la frontera y murió.

En Francia no tuvo problemas para hacerse pasar por una francesa más y consiguió contactar con sus padres, que habían sido encerrados en un campo de concentración.

Como les ocurrió a muchos de los republicanos españoles que huyeron a ese país. Así que los sacó de allí.

Cuando se produjo la invasión alemana de Francia, huyó con su familia hacia México. Sin embargo, durante la travesía en barco, conoció a otro republicano exiliado, llamado Manuel Periáñez, que había sido comandante de Caballería, con el que se casó. Decidieron quedarse en la República Dominicana, donde nació su hijo.

Allí residieron hasta mediados de los años 40, cuando el dictador Trujillo, que era amigo de Franco, les hizo la vida imposible a los exiliados republicanos.

Por ello, se trasladaron a Venezuela, donde residía su hermano Albert, que también había luchado en la guerra civil.

Marina estuvo residiendo allí con toda su familia hasta 1949, año en que se divorció de su marido y se fue, con su hijo, a vivir en Francia. Allí seguía viviendo su adorada abuela Micaela y fue donde empezó a escribir. Su primera obra fue una novela titulada Los precursores, luego titulada Otros vendrán, donde trataba las luchas sindicales de los años 20.

Supongo que su abuela le contaría muchas de esas cosas, porque ella era muy niña cuando ocurrieron esos acontecimientos.

De hecho, uno de los personajes principales de esa obra está inspirado en Salvador Seguí, líder de la CNT, que fue asesinado en 1923. Su abuela también fue muy amiga de Andreu Nin, al que ya dediqué otro de mis artículos.

En 1951, Marina conoció a un diplomático belga, llamado Charles o Carl Werck. Se casaron y tuvieron una hija. Hicieron la típica vida de un diplomático, o sea, vivir en diferentes países.

Incluso, entre 1972 y 1976, su marido fue nombrado cónsul general de Bélgica en Barcelona. Por lo que Marina tuvo que asistir a algunas recepciones, donde había autoridades franquistas.

Lo que me parece extraño es que, conociendo cómo se las gastaba el régimen franquista, no hubieran investigado a ese diplomático y su esposa, antes de darle el plácet, por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Aprovechó para escribir y publicar la novela Las antípodas, que obtuvo el premio Fastenrath, que otorga la Real Academia de la Lengua Española. Trata sobre la vida

de Jesús de Galíndez, un miembro del PNV, exiliado en la República Dominicana y luego en USA, que fue secuestrado en Nueva York, por agentes dominicanos y luego nunca más se supo de él.

Un hombre con una vida muy curiosa. En un futuro, es posible que escriba a un artículo sobre él.

Posteriormente, Marina vivió con su marido en Bruselas y más tarde se fueron a vivir a París, donde residió hasta su muerte, en 2014.

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martes, 2 de agosto de 2022

EL FOTÓGRAFO KÂULAK

 

Cuando uno aborda la historia de la fotografía española, concretamente, en la primera mitad del siglo XX, le vienen a la memoria varios nombres: Alfonso, Campúa, Gyenes, Alberto Schommer, etc. Evidentemente, me dejo muchos en el tintero. Sin embargo, hay uno del que casi nadie se acuerda y ese va a ser el personaje de hoy.

Su nombre era Antonio Cánovas del Castillo Vallejo y nació en Madrid en 1862. No hay que confundirlo con el famoso político, uno de los artífices de la Restauración, que fue su tío.

Nuestro personaje era hijo del abogado y político Emilio Cánovas del Castillo, hermano del que fue presidente del Gobierno, y de Adelaida Vallejo Jiménez. Fue el sexto de los 10 hijos de este matrimonio. Su tío abuelo paterno fue el escritor Serafín Estébanez Calderón.

Por lo visto, se casaron en la iglesia de San Nicolás, que es una de las más antiguas de Madrid, situada en la plaza del mismo nombre. En ella está enterrado el famoso arquitecto Juan de Herrera. Curiosamente, ahora es la parroquia de la comunidad italiana en Madrid y suelen ofrecer misas en ese idioma.

Kâulak estudió Derecho y luego pasó a trabajar como funcionario en el Ministerio de Hacienda. Posteriormente, se dedicó a la política, como su padre y su tío, siendo diputado a Cortes y hasta llegó a ser nombrado gobernador civil de Málaga, entre los años 1895 y 1897.

También tuvo mucho interés por la pintura, llegando a tener como maestro al gran paisajista Carlos de Haes. Otra figura casi desconocida en nuestros días. Algo que me parece muy injusto, pues fue un gran pintor. Nuestro personaje realizó algunos cuadros, firmando con el seudónimo de Vascáno.

Por otra parte, parece ser que también fue muy amigo del gran pintor Francisco Pradilla. Autor de cuadros muy famosos, como Doña Juana la loca velando el cadáver de su esposo o La rendición de Granada, que está en el edificio del Senado.

Posteriormente, se dedicó a la crítica de arte. Una actividad muy reconocida entre los lectores de la época. Llegó a ser director de la revista La correspondencia de la España ilustrada.  Incluso, publicó varias novelas, aunque con poco éxito.

Igualmente, tuvo mucho interés por la música, llegando a componer obras de todo tipo.

A partir de 1890 empieza a dedicarse a la fotografía, pero sólo como aficionado. Parece ser que esa afición se la inculcó su hermano Máximo. No fue hasta varios años después, cuando abrió un estudio de fotografía en la calle Alcalá, 4, de Madrid.

Como es natural, al principio no consiguió hacer buenas fotos y estropeó bastante material. Todo ello, aguantando las burlas familiares.

Poco a poco, fue consiguiendo dominar la difícil técnica fotográfica y, sobre todo, el laboratorio de revelado, que también realizaba en su casa. Así que, a base de coraje, se fue convirtiendo en un gran fotógrafo.

Más que monumentos, lo que le gustaba era fotografiar escenas callejeras, pero dándoles una composición artística al modo de los pintores.

En 1897, parece ser que el atentado, que causó la muerte de su tío en Mondragón, le impactó mucho y le impulsó a dejar la política y dedicarse, casi por completo, a la fotografía.

Por ello, a partir de 1904, comenzó a usar el seudónimo de Dalton Kâulak o, simplemente, Kâulak.

Supongo que elegiría ese nombre, que parece extranjero, porque los españoles somos muy dados a pensar que lo que viene de fuera es mucho mejor que lo tenemos aquí.

No sé si sería porque tendría muchos contactos en las altas esferas, lo cierto es que pronto pasaron por su estudio la flor y nata de la aristocracia y la alta burguesía española. Incluso, llegó a ser fotógrafo oficial de la Real Casa.

De hecho, muchas de las fotografías en que se ve a Alfonso XIII con diferentes uniformes militares, se realizaron en el estudio de Kâulak.

Por lo visto, al principio, consiguió aumentar su popularidad a base de hacer retratos gratuitamente para sus amistades. Así que ya se sabe: “de lo que no cuesta, se llena la cesta”. Supongo que eso no les gustaría nada a los fotógrafos profesionales.

Muchas de sus fotos fueron publicadas en revistas ilustradas y otras pertenecen a colecciones particulares.

En algunas ocasiones, hizo fotografías inspirándose en algunos cuadros famosos. Como cuando reunió a una serie de personajes de la Corte para escenificar la imagen que aparece en el cuadro La vicaría, de Mariano Fortuny.

Se asoció con los impresores Hauser y Menet para realizar postales por toda España, que luego serían editadas por ellos. Éstas se vendieron muy bien y le hicieron ganar mucha popularidad.

Parece ser que consiguió triunfar en su actividad fotográfica, pues logró varios premios en diversos países.

Fue miembro fundador de la Sociedad General de Fotógrafos de España. Entidad que presidiría durante varios años.

Al mismo tiempo, contribuyó a la creación de revistas especializadas y también escribió varios libros sobre esta materia.

Fundó la revista “La fotografía”, la cual dirigió durante muchos años y cuya sede estuvo en el Círculo de Bellas Artes, de Madrid.

Algunos autores lo definen como el fotógrafo más influyente de España en las primeras décadas del siglo XX. Así que es una pena que ahora casi nadie se acuerde de él.

La composición de las obras de Kâulak están muy influidas por la pintura, que aprendió en las clases de Carlos de Haes. Aunque Kâulak no se dedicó al paisaje, sino al retrato. Siguió la corriente del estilo llamado “pictorialismo”.

También reconoció que solía ir con frecuencia, para buscar inspiración, al Museo del Prado. Incluso, que estuvo influido por el famoso pintor Alma Tadema, al que ya dediqué otro de mis artículos.

Todo ello, se puede apreciar muy bien en el cuidado que puso en elegir sus decorados, sus modelos y el vestuario de los mismos. Llegó a importar sus decorados de París y a contratar 18 personas para trabajar en su estudio.

El estudio estaba decorado con cierto lujo. Las paredes estaban tapizadas en color verde. Aparte de los mencionados decorados, también colocó en su interior algunos óleos y esculturas de famosos artistas de la época.

En el exterior del estudio solía exponer en unas vitrinas las copias de algunos retratos realizados a personajes muy importantes, como los reyes o famosos políticos.

Incluso, cuando acudía la familia real, aumentaban los detalles como la abundancia de flores, tapices y hasta fruteros con limas, que era la fruta favorita de la reina.

Por supuesto, cuando la gente, que pasaba por la calle de Alcalá, veía pasar la comitiva real, que entraba en el estudio, les recibía con vítores.

Justamente, lo contrario que ocurrió en 1931, cuando tuvieron que huir apresuradamente de España.

Sin embargo, en 1901, Kâulak, tuvo que protestar, porque en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en ese año, no se invitó a ningún fotógrafo. Aunque él siempre defendió que las fotografías eran obras artísticas.

En su última época, pasó del pictorialismo al modernismo, eliminando la mayoría de los fondos, que solían aparecer en sus retratos.

Lógicamente, como su clientela solía proceder de las clases altas, su etapa de esplendor acabó con la proclamación de la II República.

Desgraciadamente, falleció en 1933 a causa de una neumonía. Su familia siguió trabajando en su estudio, hasta que lo cerraron en 1989.

En ese mismo año, sus herederos vendieron sus fondos y estos fueron comprados por el Estado. Actualmente, se hallan en la Biblioteca Nacional de España.

Entre 1933 y el comienzo de la guerra civil, su estudio estuvo a cargo del fotógrafo alemán Enrique Dücker Helles, el cual ya tenía estudios en Zaragoza y Sevilla.

Durante la guerra, el estudio fue incautado por las milicias de la UGT. Al término de este conflicto, se lo devolvieron a la familia y a partir de entonces estuvo regentado por su nieto, Juan María Ardizone Cánovas del Castillo.

Nuestro personaje se casó con su prima, María de las Mercedes Cánovas del Castillo Tejada. Por ello, sus dos hijos, María de las Mercedes y José Ramón, se apellidaron Cánovas del Castillo y Cánovas del Castillo.

Su hija se casó con el médico militar Juan Ardizone Guijarro, el cual llegaría a ser teniente coronel del cuerpo de Sanidad. Por tanto, Juan María Ardizone fue uno de los hijos de este matrimonio. Este último dirigió el estudio desde 1940 hasta su cierre, en 1989. Murió en 1996.

 

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