Para empezar, como he recibido abundantes
quejas sobre la extensión de mi anterior artículo, esta vez, procuraré ser mucho
más breve.
Como dijo Baltasar Gracián, un escritor español del siglo XVII:
“Lo bueno, si breve, dos
vezes bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo.”
Supongo que, hoy en día, todo el
mundo conocerá la figura de Mao Zedong o, como se decía antes, Mao Tsé Tung.
En forma muy abreviada, puedo
mencionar que se trató de un líder comunista chino, que nació en 1893 en una
aldea de la provincia de Hunan.
A pesar de que en su biografía
oficial se dice que pertenecía a una familia muy modesta, lo cierto es que su
padre fue un importante terrateniente de esa zona, lo cual le permitió estudiar
en la Universidad de Pekín o Beijing, como se dice ahora.
Hacia 1920 se afilió al Partido
Comunista de China, el cual, por entonces, se había aliado con un partido
nacionalista chino, llamado Kuomintang, para intentar reformar el país y
sacarlo de su letargo.
Hacía 1927, se rompió la relación
entre ambos partidos. Más tarde, cuando el Kuomintang llegó al poder se entabló
una especie de guerra civil entre ambos bandos.
A pesar de que, en 1931, Japón
había invadido la provincia china de Manchuria, los combates entre ambos
partidos prosiguieron.
Sin embargo, hacia 1937, se firmó
un pacto por el que los dos bandos se comprometieron a expulsar a los japoneses
de su territorio.
En 1943, Mao, se convirtió en líder
indiscutible del PCCh. Tanto fue así que el Gobierno USA envió a unos delegados
para que le ofrecieran su apoyo a fin de que derrotaran a su enemigo común: los
japoneses. De hecho, aunque parezca mentira, les dieron armamento y apoyo financiero.
Sin embargo, tras el final de la
II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, USA se decantó por apoyar al
Kuomintang, mientras que la URSS apoyó a Mao.
La guerra duró hasta 1949, cuando
el ejército del Kuomintang fue vencido y su líder, Chiang-kai-Shek, junto con
miles de sus partidarios, huyeron a la isla de Taiwan o Formosa. Donde, aún, hoy
en día, sigue existiendo la República de China, que nunca ha sido reconocida por Pekín.
Así que, también en 1949, se
fundó la República Popular China, con capital en Pekín, al frente de la cual se
hallaba Mao.
Como es lógico en cualquier
dictadura, no estaba permitida ninguna crítica. Por tanto, los que se atrevían
censurar, aunque fuera mínimamente, la política del gobierno, eran severamente
castigados.
Sin embargo, por alguna razón que
se me escapa, en el verano de 1956, Mao, se apropió de una idea del primer
ministro Chu-En-Lai o Zhou Enlai para animar a la gente a hacer una “crítica
constructiva” de la labor gubernamental.
Literalmente, siguiendo su
habitual forma poética de dirigirse a las masas, dijo: “Que se abran cien
flores y compitan cien escuelas de pensamiento para promover el progreso en las
artes y de las ciencias y de una cultura socialista floreciente en nuestra
tierra”.
Parece ser que, en un principio,
la mayoría de la gente se mostró reacia a decir nada. A la vista de los anteriores
períodos represivos protagonizados por los comunistas.
Entiendo que, como nadie decía
nada, pues igual las primeras críticas, por supuesto, todas ellas muy suaves, partieron
de los propios funcionarios, que siguieron las instrucciones de sus jefes.
Con esto, supongo que los
jerarcas del PCCh quisieron invitar a la población a que hiciera lo mismo. Sin
embargo, dado lo mal que estaba el país, incitaron a la gente a criticar
abiertamente a los líderes del país.
Encima, Mao, echó más leña al
fuego, afirmando: “Nuestra sociedad no puede retroceder, sólo avanzar. La
crítica a la burocracia está empujando al Gobierno a ser mejor”.
Así que, a partir de ese momento,
entre primeros de junio y mediados de
julio de 1957, llegaron millones de cartas a las oficinas del Gobierno ,
criticando, como les había pedido Mao. Por lo visto, las esperadas críticas
“constructivas” llegaron no sólo de intelectuales y opositores, sino también de
otros sectores de la población, como comerciantes, estudiantes, artistas, etc.
Incluso, parece ser que, en la
propia Universidad de Pekín, donde había estudiado Mao, los estudiantes
montaron un mural, donde cada uno daba sus opiniones acerca del régimen.
Es de suponer que Mao y su
Gobierno se pondrían muy nerviosos, cuando recibieran ese aluvión de misivas,
donde, literalmente, les ponían a parir.
Seguro que maldijo a Chu Enlai, su
segundo en el Gobierno, por haber pronunciado estas palabras:
“El Gobierno
necesita la crítica de su gente. Sin esta crítica, el Gobierno no podría
funcionar como la dictadura democrática del pueblo y se perdería la base y el
fundamento de un gobierno saludable. Debemos aprender de los viejos errores,
aceptar todas las formas de crítica saludable y hacer lo que podamos para
satisfacerlas”.
Por eso mismo, meses después,
canceló esa campaña, porque, a su juicio “había violado el nivel de las
críticas saludables y había llegado a alcanzar uno incontrolable”.
Por lo visto, ninguna de ellas
pedía nada inalcanzable y muchas de ellas sólo pedían una cosa: la llegada de
la democracia a China.
Incluso, hoy en día, algunos
autores creen que esta campaña fue, simplemente, un ardid para poder localizar
más fácilmente a los opositores al régimen y así poder eliminarlos a todos a la
vez.
Así que, como es de suponer, el
régimen se dedicó a investigar y detener a muchos de los que habían enviado
esas cartas. Incluso, Mao aprovechó el tirón para purgar a muchos de los
dirigentes provinciales del PCCh. Curiosamente, muchos de esos fueron los que
“invitaron” o incitaron a la población a lanzar sus críticas al Gobierno. Por
orden del mismo, claro está.
Por lo visto, no encarcelaron a
las millones de personas que enviaron esas cartas, pero sí a varios cientos de miles, porque en China, un país con
tanta población, todo se hace a lo grande.
Como se ve que Mao no había
quedado contento con esta metedura de pata, esta vez se le ocurrió otra peor.
Esta vez, se trataba, claramente,
de una campaña de propaganda del régimen comunista. No se le ocurrió otra cosa
que obligar a los campesinos a colectivizar sus tierras y, además, a producir acero en unos “altos hornos”, que parecían de chiste. Como, por entonces, el
desarrollo de un país se medía por la cifra de su producción de acero, pues a
Mao se le antojó que podría producir más que nadie en el mundo. Evidentemente,
ese “acero” se partía al primer golpecito de nada.
De esa forma, en 1958, empezó la
campaña llamada “El gran salto adelante”. El lema que escogieron esta vez fue
“Caminar sobre dos piernas”. Para ello, contaron con la ayuda de muchos técnicos
enviados por la antigua URSS.
Esta claro que el único acero de calidad era el producido en las acerías, pero no era suficiente para Mao, que quería llegar a producir lo mismo que el Reino Unido, en ese momento.
Parece ser que, a causa del exceso de trabajo y del recalentamiento de las máquinas, se produjeron miles de accidentes laborales, que costaron la vida de unos 30.000 obreros.
Debido la premura por alcanzar esos objetivos, los líderes chinos, obligaron a unas 90.000.000 de campesinos a realizar esa tarea. Dado que no había combustible suficiente talaron los bosques y llegaron a quemarlos, al igual que hicieron con sus casas de madera y hasta llegaron a fundir los aperos de labranza.
Desgraciadamente, en los años
posteriores se juntaron todas las desgracias. Las cosechas fueron muy malas. No
sé si algo tuvo que ver esta campaña, pero lo que se sabe es que costó la vida
a un mínimo de 15.000.000 personas.
Además, las relaciones entre la
URSS y la China Popular se resintieron por las críticas de Jruschov a la política
del fallecido Stalin. Algo que nunca fue admitido por Mao. Así que la URSS les
retiró su ayuda técnica y financiera para ese proyecto.
También afectó a Mao el fracaso
estrepitoso de esta campaña. En 1961, fue relegado por el resto de los dirigentes
comunistas chinos y pasó a ser una figura de segunda fila.
Lógicamente, Mao, no se iba a
resignar a ser una especie de actor de reparto. Siempre fue un tipo bastante
cabezota y exigió volver a ser el protagonista de esa “película”.
Así que en 1964 publicó el famoso
“Libro rojo de Mao”, donde se resumían t odas sus ideas y, con el apoyo del jefe del Ejército, logró
movilizar a las masas hasta llegar a imponer una especie de
culto sobre su persona.
En 1966, inició la llamada
“Revolución cultural”. Para ello, llevó al XI Pleno del PCCh, la nada
despreciable cifra de unos 2.000.000 de jóvenes guardias rojos, los cuales,
siempre llevaban el “Libro rojo de Mao” en la mano. Una clásica exhibición de
fuerza en toda regla.
Hasta 1969, China Popular fue
bordeando el desastre, pues Mao azuzó a estos jóvenes contra burócratas, profesores,
jueces, acusándoles de falta de interés por la Revolución. Así que a la mayoría
de estos desdichados los enviaron a campos de concentración, para realizar
trabajos forzados, donde muchos de ellos murieron a causa de los malos tratos.
Evidentemente, esta falta de
política llevó al país a la ruina más absoluta. Aparte de que destruyeron el
sistema educativo, pues eliminaron a la mayoría de los profesores.
Tras el fracaso de esa peligrosa
ocurrencia de Mao, varios de los líderes más moderados lograron regresar al
poder. Como es el caso de Chu Enlai. Parece ser que tuvieron que movilizar al
Ejército para contener la marea de los guardias rojos.
Gracias a su leve apertura
política, en 1971, los líderes de las potencias occidentales le premiaron con
el reconocimiento diplomático internacional y un asiento para China, como
miembro permanente, en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La política de los moderados
atrajo inversiones extranjeras en China y eso hizo que el país empezara a
crecer, tímidamente, en los años 70.
De hecho, en 1972, un conocido anticomunista,
como fue el presidente Richard Nixon, realizó un viaje a China para iniciar las
relaciones diplomáticas entre su país y la China Popular.
Parece ser que la idea central de
este cambio de política fue aprovechar que las relaciones entre la China
Popular y la URSS no atravesaban su mejor momento, para atraerse al primero.
En 1976, murieron los dos
principales dirigentes de la China Popular. Primero, Zhou Enlai y, en
septiembre del mismo año, el propio Mao.
Espero que os haya gustado y que,
esta vez, no os quejéis de la extensión de mis artículos.
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