Actualmente, en España, existen
movimientos que luchan por la igualdad de salario entre hombres y mujeres, como
algo muy novedoso. Sin embargo, hoy vamos a descubrir que esa lucha lleva ya
casi dos siglos.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba Lucretia Coffin, aunque después fue conocida como Lucretia Mott. Ya sabéis
que en USA las mujeres, cuando se casan,
toman el apellido
del marido. Algo que nunca entenderé y que me gustaría
que alguien me explicara.
Nació en 1793, en una pequeña isla del Estado de
Massachusetts. A lo mejor, os suena este Estado por ser el feudo de la familia
Kennedy o también porque en él se halla la célebre Universidad de Harvard o el
famoso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), de donde han salido muchos
de los galardonados con el premio Nobel.
Sus padres fueron Thomas Coffin,
marino de profesión, y Anna Folger.
Curiosamente, su madre estaba emparentada con el famoso político e inventor
Benjamin Franklin.
Como sus padres eran cuáqueros, a
los 13 años, fue enviada a una escuela
cuáquera, situada en el Estado de Nueva York. Allí recibió su formación y, tras
su graduación, permaneció en ese centro como profesora.
Parece ser que las ideas cuáqueras
sobre la no violencia y la igualdad total entre las personas, le influyeron durante
toda su vida.
En 1812, se casó con un colega
suyo, llamado James Mott, del cual tomó su nuevo apellido y tuvieron varios
hijos. Parece ser que ella siempre tuvo el apoyo pleno de su marido.
En 1821, sus padres se
trasladaron a vivir en Filadelfia y ellos los siguieron, porque su marido tenía
una empresa con el padre de Lucretia. En aquella época, los cuáqueros, tenían casi prohibido ejercer la Medicina o el Derecho. Así que la mayoría de ellos se dedicó al comercio.
En su nueva ciudad, nuestro personaje,
se estrenó como predicadora de los cuáqueros residentes en la zona. Parece ser
que esta actividad todavía no era muy común entre las mujeres cuáqueras.
Algunos autores afirman que su
conciencia religiosa se acentuó tras la muerte del primero de sus 6 hijos.
Afortunadamente, los otros 5 llegaron a la edad adulta.
Curiosamente, su lucha a favor de
los derechos de la mujer comenzó cuando un día se enteró de que las profesoras
de su escuela cobraban mucho menos que sus colegas del mismo centro.
Así que sus protestas en público
le llevaron a las críticas y el rechazo generalizado. Aunque parezca mentira,
no solamente por parte de los hombres.
En 1830, ya tenían fama sus
sermones, pues, aparte de que dominaba la Retórica a la perfección, solía incluir en ellos sus ideas para intentar
conseguir la abolición de la esclavitud. No olvidemos que la Guerra de Secesión
en USA, que dio lugar a la abolición de la esclavitud, no llegó hasta 1861.
Incluso, en 1827, llegó a pedir a
sus feligreses el boicot a ciertos artículos para cuya producción se utilizaba
la mano de obra esclava, como el azúcar procedente de la caña. Es más, su marido
dejó de dedicarse al comercio del algodón.
Llegaron a montar ferias antiesclavistas,
al objeto de poder ingresar más fondos para continuar con su causa. Era una
ferviente partidaria del famoso abolicionista William Lloyd Garrison.
Curiosamente, en 1833, el matrimonio,
acudió a una convención antiesclavista, en Pensilvania, donde su marido era uno
de los delegados. Sin embargo, el papel de ella, en esa cita, fue mucho más relevante que el de su marido.
Según parece, aunque muchos de
esos abolicionistas querían defender los derechos de los esclavos, en sus
reuniones, solían negarle la palabra a sus esposas. Así que, poco tiempo
después, Lucretia, fundó una asociación antiesclavista formada por mujeres.
Parece ser que algunos hombres,
que eran demasiado conservadores, se amparaban en una de las epístolas de San
Pablo, en la que se decía que las mujeres debían de guardar silencio en la
Iglesia.
Según parece, a sus reuniones
acudieron algunas abolicionistas muy radicales, las cuales, con sus discursos, provocaron
el rechazo de muchos hombres hacia esa asociación femenina.
Incluso, su propia casa, fue
apedreada, en más de una ocasión, por manifestantes contrarios a sus ideas.
No se sabe si fue por ello que,
en 1838, tras una reunión en el Pennsylvania Hall, construido por los
abolicionistas, una multitud atacó ese gran edificio y le prendió fuego,
logrando que quedara arrasado y no volviendo a ser reconstruido.
Incluso, en 1840, cuando se
celebró en Londres el congreso mundial abolicionista, muchos intentaron que las
mujeres no participaran en el mismo. Paradójicamente, alegaron que “no tenían
una constitución física apta para las reuniones públicas o de negocios”. Como
si esas reuniones fueran combates de boxeo o de lucha libre.
Parece ser que, al final, las colocaron al final de la sala, tras unas
cortinas. Lo que provocó que algunos conocidos dirigentes abolicionistas se
sentaran a su lado, para protestar por este hecho.
Por lo visto, al final de esas
reuniones, la mayoría de los congresistas, salió con una idea diferente acerca
del papel de la mujer en esta lucha y, en adelante, fueron mucho más respetadas
por todos.
Según parece, eso pudo deberse a
que Lucretia y su marido fueron invitados a desayunar por algunos de los
participantes en ese congreso y allí ella pudo expresarse libremente, llegando
a convencer a los allí reunidos. Algo realmente formidable para una persona con
un aspecto débil y de pequeña estatura.
Al regreso a su país, se dedicó a
pronunciar discursos en las grandes ciudades. Llegando a hablar con varios
miembros del Congreso y hasta con el presidente de USA. El cual le encargó que,
ya que le había convencido a él, hiciera lo mismo con el jefe de la oposición.
Según parece, hizo muy buenas
amistades en ese congreso de Londres. Una de ellas fue la de la activista
Elizabeth Cady Stanton, junto a la cual fundó una asociación para defender los
derechos de la mujer.
Así, en 1848, organizaron la
Convención de Seneca Falls, en Nueva York, donde se discutiría cómo deberían
defenderse los derechos de la mujer. Curiosamente, también asistieron a la
misma algunos hombres. La reunión se celebró en una capilla metodista.
Al final de esa reunión se
redactó la famosa Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, donde, basándose
en las quejas de los colonos, que dieron lugar a la célebre Declaración de
Independencia de USA, se denunciaba la falta de derechos de las mujeres de ese
país. Tales como la prohibición de votar, de presentarse a unas elecciones, de
ocupar cargos en la política, de ingresar en los partidos políticos, de tener la
custodia de sus hijos tras el divorcio, el acceso a las universidades, etc.
Basándose en que los hombres y
mujeres fueron creados iguales, muchas de ellas fueron partidarias de no volver
a pagar impuestos, mientras no se les otorgara el voto. Tal y como plantearon,
un siglo antes, los colonos americanos al
rey de Inglaterra.
Incluso, se mostraron contrarias
a obedecer cualquier Ley que estuviera en contra de la igualdad entre hombres y
mujeres. Esta declaración se considera uno de los primeros documentos del
movimiento feminista.
Curiosamente, esa declaración fue
firmada por 32 hombres, la casi totalidad de los que asistieron al congreso, y
sólo por unas 68 mujeres, de unas 250 que acudieron al mismo.
Según parece, las
que se negaron a firmar, calificaron esa declaración como excesivamente
radical.
Sin embargo, Frederick Douglass,
el único asistente afroamericano que asistió a esa reunión, llegó a afirmar que
no entendería que les dieran una serie de derechos a los esclavos, si no se los
dieran también a las mujeres.
No sé si influida o no por esta
reunión, la Asamblea, o sea, el Parlamento del Estado de Nueva York, ese mismo
año, aprobó una ley, que otorgaba a las mujeres casadas el derecho a poseer sus
bienes obtenidos antes y después del matrimonio. No pudiendo ser embargados
junto a los de su marido.
Parece ser que, poco antes de ser
aprobada esa Ley, un grupo de mujeres casadas, residentes en ese Estado, había
enviado a esa Asamblea un documento, firmado por todas ellas, en el que se decía que: “Su Declaración de Independencia declara que
los gobiernos obtienen sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.
Y como las mujeres nunca han consentido, no están representadas por ese Gobierno
y no lo pueden reconocer. Así que no se puede reclamar ninguna lealtad a ellas.
““Así que le pedimos a su augusto organismo que elimine todas las leyes que hacen
que las mujeres casadas sean más responsables de sus actos que los bebés, los
idiotas y los lunáticos”. Hay que reconocer que
esa petición estaba muy
bien planteada.
Seguramente, esto motivó que,
unos meses más tarde, la Asamblea de Pensilvania, votara una ley parecida a la
que ya había aprobado, anteriormente, la Asamblea de Nueva York.
Lo cierto es que, a pesar de que
las conclusiones aprobadas en esta histórica reunión fueron criticadas en
muchos periódicos, calaron muy profundamente en la sociedad de USA.
Pronto se produjeron otras muchas
reuniones, donde se perfilaron aún más las reivindicaciones de las mujeres y,
poco a poco, fueron logrando sus objetivos.
Como pruebas de la importancia
histórica que tuvo esta reunión, podemos destacar que se emitieron sellos con
las efigies de las organizadoras (E Catt Stanton, C. Chapman Catt y Lucretia
Mott).
Curiosamente, una de las
firmantes de esa Declaración fue Martha Coffin Wright, hermana menor de
Lucretia y otra conocida defensora de los derechos de la mujer. El domicilio de
Martha también se hallaba cerca del lugar de esa histórica reunión.
En 1980, se fundó el Parque
Histórico Nacional de los Derechos de las Mujeres, ubicado en el terreno de
Seneca Falls y que engloba en su interior el templo metodista donde se celebró
ese evento, la cercana casa de E. Cady Stanton y la casa donde se firmó la
Declaración de Seneca Falls.
En el citado parque también se
erigieron una serie de estatuas para honrar a las principales asistentes a esa
Convención.
Hasta la misma Hillary Clinton,
reciente candidata a la presidencia USA, dio un discurso para conmemorar el 150
aniversario de este histórico acontecimiento.
Es lógico que el comienzo de las
reivindicaciones feministas se produjera antes en América que en Europa por una
sencilla razón.
En Europa, a pesar de la
Revolución Francesa, a la mujer se le había negado la igualdad ante la Ley, el
derecho al voto, la propiedad, etc. Es más, en Europa había mucho
analfabetismo.
Sin embargo, en América, como
había calado profundamente el protestantismo y se había traducido la Biblia al
idioma de cada lugar, obligaban a la gente a leerla. Por eso mismo, todo el
mundo tenía que saber leer y escribir. De ese modo, las mujeres tuvieron el
mismo derecho a la educación que los hombres y, además, muchas de ellas pudieron expresarse en
reuniones políticas y religiosas.
Volviendo a nuestro personaje, está
muy claro que sus ideas estaban basadas en el pensamiento cuáquero. Sobre todo,
en la absoluta igualdad entre hombres y mujeres. Sus partidarios la apodaron “la
leona de la causa”.
De hecho, en 1852, fue elegida
presidenta de la asociación a favor de los derechos de las mujeres en USA.
En su obra, “Discurso sobre las
mujeres”, publicado en 1850, ya afirmaba que el papel inferior que tenía la
mujer en la sociedad, no venía dado por una inferioridad innata, sino por una
menor educación. Así que siempre estuvo a favor de luchar por la igualdad de
oportunidades en todos los sentidos, incluido el derecho al voto.
Otras de sus facetas era el
abolicionismo y, desde antes de la gue rra, este matrimonio, se
vinculó al
llamado “Ferrocarril subterráneo”. Se trataba de una red clandestina, que se
dedicaba a ayudar a escapar a los esclavos del sur hacia los Estados del norte
o, incluso, hacia Canadá. De esa manera, consiguieron que miles de esclavos
pudieran llegar a ser libres.
Así que, durante la guerra,
potenciaron su anterior apoyo al abolicionismo y a la política del presidente
Lincoln sobre este tema.
En 1864, un comité formado por
cuáqueros de diversas procedencias, entre los que estaba nuestro personaje,
fundó el Swarthmore College. Se trata de una de las primeras universidades,
donde se admitieron alumnos de los dos sexos. Este centro continúa activo y
está situado a poca distancia de Filadelfia. Parece ser que, en aquella época, las universidades no solían admitir a los alumnos cuáqueros.
En 1866, ingresó en la Sociedad
por la Paz. También estuvo vinculada a la Sociedad de la templanza, que se
dedicaba a erradicar el vicio de la bebida.
Incluso, junto con otras personalidades,
llegaron a fundar escuelas para antiguos esclavos venidos de los Estados del
Sur.
En su faceta como predicadora
cuáquera siempre insistió en que no había que aceptar, literalmente, lo que se
lee en la Biblia, sino que debía de ser interpretada de acuerdo con lo que los
cuáqueros llaman la “luz interior” de cada uno.
Evidentemente, tras la guerra
civil, continuó con su lucha a favor del voto femenino. Increíblemente, a pesar
de que, en esa época, se promulgó la XIV Enmienda de la Constitución USA, que
daba el derecho al voto a los antiguos esclavos, seguía sin reconocer ese
derecho a las mujeres.
Así que, a partir del final de la guerra, aparecieron
varias asociaciones dedicadas a luchar por el derecho al voto de la mujer, las
cuales se unieron en 1890, para hacer más fuerza.
En 1917, ya se había concedido el
derecho al voto femenino en 16 de los Estados USA, pero ese derecho no figuró
en su Constitución hasta después de la I Guerra Mundial.
Volviendo a nuestro personaje,
aparte de sus actividades habituales, tenía fama de ser una buena ama de casa y
educó a sus hijos conforme a sus convicciones políticas y religiosas.
Año tras año, siguió asistiendo a
las reuniones de las asociaciones feministas e, incluso, cuando ese movimiento
se separó en dos facciones, hizo todo lo posible para que volvieran a unirse a
fin de no perder su fuerza.
Murió en noviembre de 1880, a
causa de una neumonía, agravada por su avanzada edad, en una pequeña localidad
que ahora está dentro de la actual Filadelfia.
Desgraciadamente, no pudo ver
cumplido su deseo, pues la XIX Enmienda a la Constitución USA, que autorizaba el
voto femenino en toda la nación, no fue aprobada hasta agosto de 1920.