Bueno, para los que no les haya
gustado este ciclo, dedicado a los reyes visigodos de Hispania, he de decirles
que ya sólo quedan éste y otros dos más. Así que el ciclo ya se va a terminar
muy pronto.
Tal y como ya comenté en mi
anterior artículo, la mayor obsesión de su antecesor, Ervigio, había sido poner
a salvo a su familia de una posible venganza por parte del clan de Wamba, el
cual todavía vivía recluido en la clausura de un monasterio. Curiosamente,
murió después que Ervigio.
Al principio, una de las cosas
que se le ocurrieron fue negociar con los obispos a fin de que en el XIII
Concilio de Toledo emitieran anatemas y sanciones de todo tipo para los que se
metieran con su familia.
Posteriormente, le pareció mejor
llevarse bien con los seguidores de Wamba. Para ello, no se le ocurrió otra
cosa que casar a su hija Cixilona con el conde Egica. Incluso, le nombró su sucesor en el trono. Sin embargo,
previamente, le hizo jurar que protegería a su familia y eso hizo.
Egica era sobrino de Wamba y, en
el 688, cuando llevaba un año en el trono, convocó el XV Concilio de Toledo.
Nada más empezar esta asamblea,
pidió a los presentes que le liberasen del juramento que le había hecho a su
suegro. Argumentó que él había sido nombrado rey para hacer justicia y que ese
juramento se lo impedía, porque se deberían devolver los bienes incautados por
el anterior rey y, lógicamente, habría que quitárselos a los familiares de
Ervigio, que habían salido favorecidos con esas confiscaciones.
De esta manera, Egica, pudo
vengarse de los que habían realizado el complot para deponer a su tío, Wamba, del trono.
Así castigó a varios parientes de su esposa, incluso la repudió a ésta.
Además, castigó a otros nobles,
que habían participado en la conjura.
Estas luchas dieron lugar al declive del Estado visigodo.
No obstante, no pudo hacer mucho
daño a los familiares de su esposa, porque San Julián seguía siendo el
arzobispo primado de Toledo y, como ya sabemos, era íntimo amigo de Ervigio. De
hecho, procuró no convocar concilios, los cuales estarían presididos por San
Julián, sino sínodos provinciales, adonde no acudiría éste y tendría las manos
más libres.
También, Egica, intentó desbancar
del poder a los nobles, pero no lo consiguió y en el 693 tuvo que hacer frente
a una rebelión.
Parece ser que el cabecilla de la
misma era nada menos que Sisberto, arzobispo de Toledo y sucesor de San Julián.
Otras fuentes dicen que los rebeldes proclamaron rey a Sunifredo, uno de los
condes de la corte real, el cual fue ungido por Sisberto. Lo cual, nos indica
que los rebeldes llegaron a ocupar la capital visigoda, Toledo.
Afortunadamente, consiguió
derrotar a los rebeldes. Sisberto, por su estado eclesiástico, fue excomulgado, confiscados sus bienes y
enviado al exilio.
Los demás implicados, que, por lo
visto, no pertenecerían al clero, fueron condenados a penas de prisión y
también les fueron confiscados todos sus bienes. Parece ser que
entre ellos se
hallaba la viuda de Ervigio, así que no se sabe si este complot fue real o una
invención del monarca para quitarse del medio a los familiares y seguidores de
su antecesor.
A partir de este momento, Egica,
se dedicó a hacer lo que habían hecho antes varios de sus antecesores en el
cargo. Es decir, utilizar la represión contra todos los focos de oposición a su
mandato. Aparte de ello, confiscar los bienes de todos los represaliados y
repartirlos entre sus familiares y otras personas que les hubieran sido fieles.
Incluso, se sirvió de los
concilios para “blindar” esas confiscaciones a fin de que nunca se les devolvieran
esos bienes a los que se les hubiera desposeído de ellos. No hará falta decir
que compró a los eclesiásticos, donándoles también algunos de esos bienes.
Algo más tarde, penetró en
Hispania, desde la zona de Septimania, en la actualidad, territorio francés,
una epidemia de peste bubónica.
Como siempre, la peste, hacía más
estragos entre la población cuando se
estaba pasando hambre a causa de las malas cosechas.
Desde la corte, como ya era
habitual, se les echó la culpa de todo a los judíos. Incluso, se les acusó de
estar preparando un complot para deponer al rey.
De hecho, en el 694, durante la
inauguración del XVII Concilio, el primer asunto tratado por el rey fue
informar a los presentes de que en otros reinos se habían producido rebeliones
de los judíos contra los monarcas de esos reinos y que los que vivían en España
no eran ajenos a esos movimientos rebeldes. Por supuesto, esta noticia era
falsa, pero los asistentes no lo sabían y se alarmaron.
Así que Egica, que ya se había
convertido en un tipo muy avaricioso, con la ayuda de la Iglesia, aprobó en ese
concilio que se confiscaran los bienes de todos los judíos que no se hubieran
convertido al Cristianismo.
Lógicamente, lo que más le
importaba a él fue que también se aprobó que se les confiscarían sus bienes a fin
de engrosar las arcas del rey.
Aparte de ello, también se
dispuso que los judíos fueran esclavizados y repartidos por todo el reino para
que no pudieran seguir practicando su religión. Es más, los hijos de los
judíos, cuando cumplieran 7 años, serían separados de sus padres y enviados a
casas de familias cristianas para que practicaran este culto y no el suyo. Posteriormente,
incluso, se vigilaría que esos jóvenes se casaran con cristianos
Posteriormente, el monarca, quiso
ampliar sus poderes a base de afirmar que la monarquía tenía un origen divino y
estaba por encima de la Iglesia.
Cuando los clérigos se dieron
cuenta de lo que tramaba el monarca, quisieron pasarse al bando de los nobles
opuestos al rey y eso les hizo perder buena parte de su influencia moral en la
sociedad.
A partir del 694, Egica, quiso
asegurar la situación de su familia, formando una dinastía, lo cual era
contrario a las leyes de los visigodos.
Así que asoció al trono a su hijo
Witiza y le envió a Galicia, para que fuera aprendiendo a gobernar. Éste
estableció su sede en la ciudad de Tuy, en el antiguo reino de los suevos.
Seguramente, por ello, cuando un rey asociaba a otro al trono, al segundo, se
le daba la categoría de rey de los suevos.
Precisamente, en Galicia, se
desató una rebelión contra Egica y acusaron de ser el cabecilla de la misma a
Teodofredo, uno de los hijos de Chindasvinto y padre de Rodrigo.
Egica desató toda su crueldad
contra Teodofredo al que ordenó
que le dejaran ciego para que nunca pudiera
reinar. Por ello, Teodofredo y su hijo, el cual, posteriormente, sería el rey don Rodrigo, se fueron a vivir a la ciudad de
Córdoba.
Witiza también empezó a buscarse
enemigos en su pequeño reino. En la corte del mismo figura el conde Favila,
padre del posteriormente famoso don Pelayo. Parece ser que Witiza quiso a la
mujer de Favila y éste se opuso. Así que el primero mató al segundo a base de
bastonazos.
Egica tuvo mucha suerte y
consiguió llegar a viejo, no como les solía ocurrir a muchos de sus antecesores
en el cargo. Falleció en el 702 a causa de muerte natural.
Curiosamente, en prueba de gratitud,
los obispos, acordaron declarar inviolables las personas de la esposa y los
hijos del rey.
Además, también decidieron hacer
todos los días una misa dedicada a este monarca en todas las sedes obispales del
reino.