Es curioso,
porque cuando alguien quiere hacer méritos trabaja más que los demás y hace
hasta lo imposible para ser aceptado.
Hoy traigo al
blog a un tipo de lo más asqueroso, que
hizo lo mismo. Lo malo es que quiso ser aceptado por los nazis, a pesar de
tener unos orígenes comunistas. Dicen que fue tan duro que escandalizó a los
propios nazis.
Roland
Freisler nació en una pequeña ciudad de Alemania en 1893, hijo de un ingeniero.
Estudió bachillerato en Aquisgrán.
Combatió en la
I GM, donde obtuvo el grado de teniente, pero fue apresado por los rusos. Allí
aprendió ruso y leyó varios manuales sobre el Marxismo, convirtiéndose en un
ferviente comunista. Incluso, le llegaron a dar un pequeño cargo de confianza
en el campo de concentración.
Al ser
liberado, en 1920, estudió Derecho en la universidad de Jena, trabajando
posteriormente como abogado y concejal en Kassel. Por entonces, militaba en el
partido comunista alemán.
Por algún
motivo desconocido se afilió en 1925 al entonces emergente partido nazi.
Algunos autores aseguran que lo hizo por su desprecio a la República de Weimar,
pero me parece algo muy raro para un comunista convencido como él.
En 1933,
siendo diputado de Prusia, es nombrado secretario de Estado del ministerio
prusiano de Justicia del III Reich. Parece ser que no lo quisieron nombrar
ministro por su pasado comunista. Incluso, en 1941, lo propuso Goebbels para
ese puesto, pero Hitler no accedió por esa misma causa, aparte de que tenía un
hermano, también afiliado al partido nazi, que era muy crítico con las ideas de
su partido.
En 1939 se
introdujo el Decreto sobre los “criminales juveniles precoces”, de él se sirvió
para condenar a muerte a 72 jóvenes, algunos por el simple hecho de repartir
propaganda contra la guerra.
También con el
“Decreto contra los parásitos nacionales” se añadieron ciertas características
biológicas para justificar el uso de la fuerza.
Participó como
representante del Ministerio de Justicia en la Conferencia de Wansee, donde se
decidió la famosa “Solución final”, para matar a la mayor cantidad posible de
judíos.
En agosto del
42 el presidente del Tribunal Popular pasa a ser ministro de Justicia y él lo relevó
en el cargo.
Allí convirtió
todos sus juicios en una desagradable farsa, pues, además de actuar como juez,
lo hacía como jurado, fiscal, etc. Así que hasta un 90% de sus sentencias
fueron condenas a muerte, las cuales se veía claramente que ya las tenía
decididas de antemano.
Entre 1942-45
se realizaron unas 5.000 ejecuciones, de las cuales, unas 2.600 corresponden a
sentencias dictadas por este elemento.
Como esto de
hacer méritos se contagia, por debajo de él tenía unos 200 jueces que hacían lo
mismo.
En febrero del
43 los componentes de la famosa organización opositora llamada “La Rosa
Blanca”, tuvieron la mala fortuna de caer en sus manos. Así que, siguiendo sus
procedimientos habituales, los condenó a todos a muerte y ordenó que las
ejecuciones, por medio de la guillotina, se realizaran inmediatamente.
Igual les
ocurrió a los acusados por el atentado de Von Stauffemberg, en julio de 1944.
Parece ser que en este juicio les gritó tanto a los acusados que los encargados
de la grabación del sonido no podían escuchar las respuestas de los acusados.
Los chicos de
la organización “La Rosa Blanca” tuvieron la mala suerte de caer enseguida y
que los pusieran delante de este elemento. Pero, tras la II GM, los expedientes
de sus procesos fueron remitidos a Moscú. Al cabo de unos años, los rusos los
devolvieron a la antigua RDA y, por fin, ya con la reunificación, fueron
remitidos al Archivo federal, donde no quisieron airearlos, pues en ese momento
estaban dedicados en exclusividad a la reunificación. El cine, como ha ocurrido
en muchas ocasiones, ha tenido que sacar esta historia de los archivos para
darla a conocer al público.
Dice el famoso
refrán castellano que a todo cerdo le llega su San Martín y a éste le llegó tal
que un 3/02/1945. Ese día se encontraba, como siempre, en su tribunal ridiculizando
a un encausado. Esta vez se trataba del teniente Fabián von Schlabrendorff, que
también había sido acusado de participar en el mencionado complot contra
Hitler.
Cuando el juez
le estaba diciendo que “le mandaría directo al Infierno”, él acusado le
contestó “con gusto le permito ir delante”. En ese momento, sin aviso previo,
se desató uno de los constantes
bombardeos aliados, que dejó caer una de sus bombas en medio de la sala.
Tras este incidente, vieron al juez muerto, había sido aplastado por una viga y
tenía aún en su mano el expediente del acusado.
Como
curiosidad, el juez que le sucedió absolvió al acusado por falta de pruebas
concretas, aunque luego lo internaron en varios campos, pero pudo llegar con
vida al final de la II GM.
Algunos comentaron
“nadie lamentó su muerte” y otros “es el veredicto de Dios”. Tampoco se le
rindieron funerales de Estado, porque sobre él siempre tuvieron sospechas de
que continuara siendo comunista.
Incluso, se
comenta que sus dos únicos hijos dejaron de utilizar su apellido tras la II GM.
Curiosamente,
su viuda siguió recibiendo puntualmente su pensión después de la guerra. Sin embargo,
los herederos de sus víctimas no tuvieron derecho a pensión hasta unos años
después, porque el Gobierno de la RFA los seguía definiendo como traidores a
Alemania.