Todos hemos
oído hablar más de una vez de Pompeya, esa ciudad romana que un día de agosto
del año 79 DC despareció del mapa bajo varios metros de tierra y, casualmente,
fue encontrada en el siglo XVIII por unos ingenieros militares españoles,
cuando estaban realizando unas obras para construir unas fortificaciones junto
a Nápoles.
Evidentemente,
estos ingenieros españoles no estaban allí de visita, como las tropas que se
envían de vez en cuando a Afganistán o a cualquier otra zona en conflicto.
Simplemente, estaban ahí, porque, en aquella época, el sur de Italia pertenecía
a España.
Como todos
sabemos, durante la II Guerra Mundial, tanto los aliados como las potencias del
Eje, se dedicaron a bombardear donde les dio la gana, por el simple placer de
hacer el mayor daño posible al enemigo. De lo contrario, nadie podría explicar
esas 800.000 víctimas civiles que provocaron los bombardeos aliados sobre la
población civil alemana, que no participaron nunca en la guerra.
Parece ser que
hubo un error, pero nadie se dio cuenta de ello hasta que pasaron 8 angustiosos
días. En las dos fotos que he insertado, podemos ver una casa romana antes de ser bombardeada y cómo está en la actualidad.
Aunque parezca
mentira, las dos destrucciones, la del volcán y la de los bombardeos, se
iniciaron un 24 de agosto.
Concretamente,
fue en 1943 cuando se produjo este hecho a cargo de bombarderos británicos y
americanos. Esto hizo que se perdieran para siempre casi 2.000 objetos de gran
valor arqueológico.
Se cree que
las zonas más afectadas fueron la Casa de las Venus, donde había, aparte de una
exposición de objetos, varios moldes de cuerpos, y el fresco más grande que se
había desenterrado. También fue muy afectada la llamada Casa del quirurgo.
Aparte de
éstas, también resultaron afectadas la Casa de Triptolemo, la de Rómulo y Remo,
los arcos del Foro, etc.
Además, las
bombas revolvieron el terreno, causando en fechas posteriores el derrumbe de
algunos edificios más. También, a veces, se siguen encontrando bombas sin
explotar.
Como los
aliados siempre supieron manejar muy bien los resortes de la prensa y la
publicidad, esta noticia prácticamente no se dio a conocer.
Tampoco
pudieron expresar sus quejas los responsables de estos monumentos, porque
habían sido nombrados por el Gobierno fascista y las autoridades de ocupación
no les hicieron ningún caso.
Todos los
responsables hicieron lo posible por tapar esta historia. Laurentino García y
García, autor del libro «Danni di Guerra a Pompei», publicado en Italia, con
gran abundancia de fotos, dice al respecto que fue «un desastre que hubiera
sido divulgado a los cuatro vientos si lo hubiesen cometido los nazis».
El
superintendente de Pompeya en ese momento, Amedeo Maiuri, hizo un llamamiento a
los países neutrales para que cesara el castigo sobre la ciudad, pero no le
hicieron caso. Ni siquiera le mandó el Gobierno el suficiente material para
documentar fotográficamente el destrozo.
Mejor suerte
tuvieron algunas estatuas y joyas de Pompeya, sacadas del Museo Arqueológico de
Nápoles, que se llevaron, en un principio, a la abadía de Montecassino, por
considerarlo un sitio seguro, y que luego, por decisión del general alemán
Frido von Senger se trasladaron al Vaticano.
Al final de la
guerra, la Comisión americana de protección de obras de arte dictaminó que el
sitio más seguro durante la guerra había sido el Vaticano y el peor, Pompeya.
Actualmente,
existe un gran debate sobre estos restos arqueológicos. Está ocurriendo que
muchos muros se van cayendo poco a poco, todo ello debido a la falta de
mantenimiento.
Por otra
parte, se rumorea que el Gobierno italiano tiene interés en hacer con estas
ruinas algo parecido a un parque temático y así privatizar un monumento que
siempre ha sido público.
En fin, ya
veremos cómo acaba esta historia.